miércoles, 26 de agosto de 2015

La carta de Gardel - novela - fragmento




 

Ya estaba en Buenos Aires, de vuelta. Unos días en un pueblo de la provincia de Buenos Aires le habían bastado para escapar de la gran ciudad. Ahora el momento de retomar las obligaciones. No había dejado de pensar en Mary, en las palabras que ésta le había dicho la última vez que la vio. Estaban en el comedor de la casa de Mary y en eso había sonado el timbre, pero Mary le hizo señas de que se callara. Se asomó apenas a la ventana, detrás de las cortinas. Después le hizo una seña de que se retiraran hacia la cocina. El timbre seguía sonando. Empezaba a preguntarme quién estaba ahí afuera, a quién no quería atender.

Después se escuchó el motor de un auto que arrancaba y el chirriar de las ruedas, se iba a toda velocidad.

Le hice un gesto preguntándole a quién no había querido atender y ella dijo:

- Indeseables que vinieron a tocar el timbre, hubo muchos. Ahora ya sé, directamente no abro la puerta.

No quise preguntarle más, ya me enteraría de quién se trataba, cuando ella tuviera ganas de contarme. O tal vez no, no quisiera decir nada.

Una llamada había interrumpido mis pensamientos. Estaba en la oficina, y desde esa altura miraba la calle, los transeúntes iban y venían, el ritmo de la ciudad era rápido, agotador, el ruido de los autos, los colectivos, alguna sirena, producían un rumor que parecía no apagarse nunca.

La voz de Isidro, mi viejo amigo, en el teléfono:

- Tengo que hablar urgente con vos.

- ¿Pasa algo?

- Sí, voy a divorciarme.

- ¿Otra vez?

- Esta vez tiene sentido. Nada le alcanza, nunca está conforme, es voraz, siempre quiere más y más cosas y más cosas.

- Vos la elegiste.

- No sé quién eligió a quien. Tal vez sea cierto, lamentablemente, lo que vos decís.

- Voy a estar en la oficina, podés pasar por aquí.



(c) Araceli Otamendi - Todos los derechos reservados

domingo, 2 de agosto de 2015

La carta de Gardel - novela (fragmento)




¿Cuántas veces le habían robado el tiempo? ¿cuántas veces había dejado que se lo robaran? saqueadores de tiempo los llamaría Mariana. Eran tantos. Las preocupaciones, las actividades, las personas que se le acercaban para contarle... ¿quiénes eran? Esos interrogantes y muchos otros se le presentaban ahora que se iba del pueblo rumbo a la ciudad. Otra vez, una vez más... Tal vez nunca encontraría la respuesta a la investigación sobre la carta de Gardel. Tal vez Mary nunca había tenido esa carta en su poder. Tal vez todo había sido un invento de la señorita Ana para complicarle la vida a Mary y a otros. Y a propósito de la señorita Ana, ¿a quién le importaba ya su muerte? Había hablado con algunos lugareños, vecinos de la mujer que le había encargado la investigación. Ana era ahora solo un recuerdo. Volvió a preguntarse por los que le robaron el tiempo, Ana había sido también uno de ellos. Este tema y otros similares le habían sido planteados por Mary durante su última conversación. La mujer se había lamentado ante ella por haberse involucrado en la investigación, su vida había sido un laberinto de preocupaciones que ahora no le interesaban en lo más mínimo. Guillermo, su antiguo jefe, Alejandro, el jefe que le había seguido a Guillermo, Julio, el profesor de tango, ¿quiénes eran ahora? recuerdos, solamente recuerdos, vagas imágenes diluidas que aparecían durante alguna noche para perderse después. Como en un tango. Como en el tango del que ya conocía la letra y anhelaba desprenderse para tararear otra canción. Mary le había confesado que lo que más le gustaba de su nueva vida era el jardín y los animales de la granja. También salir a caminar por el campo y pisar la hierba, y sentir el olor característico de la tierra. Obviamente con Mary no se podía conversar por ahora, acerca de la carta. Nuevas ocupaciones la esperaban en la ciudad ahora que se dirigía ahí. ¿Cómo estaría todo? Le hubiera gustado tener cerca a Angélica, su tía piola, esa que la escuchaba cuando era adolescente, donde ella podía acudir con su silencio o con sus palabras, o a Martín, ese amigo al que podía llamar para hacerle confidencias. Ahora, ellos no estaban. En su lugar había otras personas, nunca serían los mismos, solamente existían, se dijo, en un lugar de su memoria.

(c) Araceli Otamendi - Todos los derechos reservados