miércoles, 22 de abril de 2015

La carta de Gardel - novela - fragmento




- ¿Y ese paquete de cartas? - dije. Habría unas diez cartas atadas con una cinta roja, sobre un escritorio. El papel de los sobres era de color amarillento, me pregunté cuántos años haría que Dolores las tendría ahí.

- Son las cartas que ha valido la pena guardar, de vez en cuando las releo.

- ¿Se puede saber quién se las envió? - pregunté sin demostrar demasiado interés.

Dolores se sentó en una silla hamaca y se puso a mirar hacia la ventana. Los vidrios estaban abiertos y entraba en la casa un aroma a pasto recién cortado. Se veían algunos pájaros picoteando algo en el jardín.

- Preferiría hablar de otra cosa, ahora no tengo ganas de hablar de las cartas.

Asentí con la cabeza, en silencio. Recordé cuántas veces yo también había recibido cartas que parecían empezar con una sonrisa de quien las escribía y terminaban siendo como las "cartas del mal" de Spinoza. Cuántas veces había destruido cartas que no habían sido más que un remedo de la correspondencia entre Spinoza y Blyenvenbergh. Tampoco tenía ganas de hablar de eso. Estaba investigando el asunto de La carta de Gardel.

Cerca de las cartas, bajo unos papeles vi algo que brillaba, algo así como de metal, algo así como un arma.

(c) Araceli Otamendi - todos los derechos reservados
 

 

viernes, 10 de abril de 2015

La carta de Gardel - novela (fragmento)





- ¿Se refiere al Sur?

- Sí - dijo la mujer más vieja del pueblo, después supe que se llamaba Dolores.

- ¿Por qué?

- Porque en el Sur está todo.

- ¿A qué se refiere?

- Todo lo que usted busca, está en el Sur.

- ¿Cómo lo sabe?

La mujer señaló entonces lo retratos colgados en las paredes y luego dijo:

- ¿Ve usted estos retratos, estas caras, estas fotografías?

- Sí

- Son las caras de muchas personas que vivieron aquí, en este pueblo. Conozco las historias de cada uno, podria contarle...

- ¿Y cómo hace para recordar cada historia?

- Venga, siéntese aquí - dijo señalando un sillón tapizado en cuero

Ella fue hasta otro sillón igual y se sentó, la seguí. Me quedé callada hasta que Dolores volvió a hablar:

- El pasado es lo único que debe importarnos, el presente se esfuma, el futuro no existe todavía.

- Lo dice muy segura.

- El pasado está aquí, usted debe conocerlo...

- Está bien. Estoy dispuesta a escucharla, a venir aquí muchas veces...

- Si quiere encontrar la carta de Gardel va a tener que venir, puedo contarle muchas historias.

Me preparé para escuchar algunas, después dije:

- ¿Y usted siente estima por todas esas personas de las fotografías?

- ¡No! - contestó alarmada. Un gesto de preocupación le dibujó algunas arrugas en la frente.

- ¿Entonces odia a alguien?

- Tampoco.

- ¿Qué siente cuando recuerda las historias de cada uno de los que están ahí?

- A veces nada - dijo y sonrió enigmáticamente.
(c) Araceli Otamendi - Todos los derechos reservados