sábado, 28 de marzo de 2015

La carta de Gardel - novela (fragmento)



 
En eso ladraban lejanos unos perros. Eran ladridos continuos, primero largos, después algo cortos. Mientras caminaba cerca de la plaza, ya era de noche, prestaba más atención a los ladridos. Parecían dos o tres animales alertaban , algo pasaría.
Fue entonces cuando lo encontré, hacía mucho tiempo que no lo veía y no parecía que fuera él, en ese lugar, tan lejos de donde podría haberlo visto.
¿Hay algún lugar determinado donde se puede encontrar a una persona?
Entonces me reconoció y no tuve más remedio que detenerme y saludarlo. Casi no lo hubiera hecho, pensaba y ese casi fue lo que me hizo, tal vez, intercambiar algunas palabras.
Después de algunos minutos nos cruzamos a un bar, frente a la plaza. El lugar estaba impregnado de olor a empanadas de carne, a pizza, a comidas rápidas. Hablamos de mi vida, poco ¿qué podría contarle después de tanto tiempo sin verlo? ya era un perfecto extraño y me sentí rara en ese lugar, frente a ese extraño, que alguna vez había conocido. No tenía ganas de contarle detalles de mi investigación a nadie y menos a él, ese forastero ¿qué hacía ahí? a esa hora. El se preguntaría lo mismo, tal vez quisiera indagarme.
- ¿Volviste al pueblo? - dijo

- ¿Te parece importante? ¿qué pasa si no te contesto?

Movió la cabeza y dijo:

- No

Hice un gesto para que no me hiciera más preguntas.

Mientras el hombre contaba algo acerca de su vida actual, sus viajes, su trabajo, su nueva mujer, los perros volvieron a ladrar. Entonces supe que tenía que irme de ahí de inmediato, que eso era tal vez un aviso para que dejara la conversación y me fuera a otra parte.

(c) Araceli Otamendi - todos los derechos reservados

 

jueves, 5 de marzo de 2015

La carta de Gardel - novela (fragmento)



 

     Ahora tenía frente a mi a la mujer más vieja del pueblo, la que tenía más memoria  ¿sería así en realidad? no lo sabía, no tenía la certeza, eso se comentaba. La mujer dijo que iría a preparar un té y los tres perros la siguieron hasta la cocina. En ese momento aproveché para mirar las fotografías colgadas en la pared. Eran retratos, quizás de personas que ya no vivían más. En un pequeño marco descubrí una fotografía de Carlos Gardel. Había fotografías de mujeres, de hombres y de niños. En algunas de ellas las personas parecían estar vivas, la mirada parecía posarse en los ojos de quien los estaba mirando. De la cocina venía olor a café y me pregunté qué clase de té estaría preparando la mujer. A través de la ventana amplia se veía el jardín, árboles frondosos, plantas con flores,  volaban colibríes, durante algunos segundos revoloteaban entre las flores y se iban. El color verdeazulado de las plumas de los pájaros me entretuvo durante un rato.

La mujer volvió con una bandeja, traía dos tazones grandes, parecían cuencos, los dejó sobre la mesa. Los perros se acomodaron alrededor de ella. Me indicó con un ademán que tomara el tazón con el té. O mejor dicho, el cuenco con el té. Ella tomaba café. Seguramente adivinó lo que estaba pensando porque dijo:

- ¿Le extraña que tome café?

- No - mentí

La mujer me miraba fijo, parecía saber más cosas de mi que yo de ella, seguramente era así.

Bebí unos sorbos de café y luego pregunté:


- ¿Cuántos años hace que vive en esta casa?

- Cincuenta, sesenta, muchos años...

- ¿Y esas fotografías? ¿En alguna está su marido, algún familiar?

- No precisamente - contestó y agregó:

- A mi marido, me lo robaron - dijo en forma misteriosa

- ¿Alguna mujer?

- No, ninguna mujer

Me quedé callada, ella también se quedó callada durante algunos segundos. La miré fijamente a los ojos, entonces dijo:

- A mi marido me lo robó la muerte.

- ¿Hace mucho tiempo de eso?

- Sí, preferiría no hablar de ese tema.

Imaginé que iba a ser difícil sonsacarle datos, historias, alguna pista.

- ¿Y la fotografía de Gardel?

- ¿Lo dice por el retrato que está ahí?

- Sí

En ese momento, alguien golpeó la puerta.
(c) Araceli Otamendi - Todos los derechos reservados