sábado, 8 de noviembre de 2014

La carta de Gardel - novela - (fragmento)




¿Encontraría la carta, finalmente? En su último mensaje, Mary había sido más misteriosa. Dijo que tenía muchas cosas que hacer, dejaría la llave de la casa en el hotel del pueblo. Me tenía confianza, dijo, podía buscar donde quisiera, la carta no estaba ahí, aseguró. Toda mi investigación, me había llevado a la pista de Mary. Esa obsesión con Gardel, el mito, esa figura que se había agigantado y al que nadie desconocía. Ese hombre que cantaba cada día mejor pero que ya no estaba presente. Ese gusto de Mary por bailar tango, como si fuera lo único que se pudiera hacer después del trabajo.
Tuve muchos sueños, dijo Mary, un día tras otro, eran muchas ausencias: primero parecían fantasmas ¿lo eran?,  luego, otra noche, se aparecía Guillermo en sueños, hablándome, esperándome en algún lugar lejano, más allá del océano ¿lo buscaría? En sueños, parecía tan real… Tenía que viajar a verlo. Después, una amiga a la que no veía desde hacía mucho tiempo, volvía. Demasiadas presencias ausentes o ausencias presentes. Cosas irresueltas, temas pendientes.  ¿Estaría haciendo balance? ¿estaría escribiendo la letra de un tango?
No podía contestarle, no sabía de qué me hablaba en su mensaje. ¿O no tenía ya demasiados problemas como para ocuparme también de los mensajes casi cifrados de Mary?
Busqué la llave de la casa en el hotel, era una mañana fresca y soleada y me encaminé hacia la casa de Mary. La casa estaba en venta desde hacía más de un año. En el jardín había muchos pájaros, sobre el césped, en los árboles, cantaban. Los gorjeos me recordaron algunos días de mi infancia. ¿Y quién dijo que sólo se puede imaginar lo que está ausente? ¿Proust?
 
(c) Araceli Otamendi - todos los derechos reservados