sábado, 8 de noviembre de 2014

La carta de Gardel - novela - (fragmento)




¿Encontraría la carta, finalmente? En su último mensaje, Mary había sido más misteriosa. Dijo que tenía muchas cosas que hacer, dejaría la llave de la casa en el hotel del pueblo. Me tenía confianza, dijo, podía buscar donde quisiera, la carta no estaba ahí, aseguró. Toda mi investigación, me había llevado a la pista de Mary. Esa obsesión con Gardel, el mito, esa figura que se había agigantado y al que nadie desconocía. Ese hombre que cantaba cada día mejor pero que ya no estaba presente. Ese gusto de Mary por bailar tango, como si fuera lo único que se pudiera hacer después del trabajo.
Tuve muchos sueños, dijo Mary, un día tras otro, eran muchas ausencias: primero parecían fantasmas ¿lo eran?,  luego, otra noche, se aparecía Guillermo en sueños, hablándome, esperándome en algún lugar lejano, más allá del océano ¿lo buscaría? En sueños, parecía tan real… Tenía que viajar a verlo. Después, una amiga a la que no veía desde hacía mucho tiempo, volvía. Demasiadas presencias ausentes o ausencias presentes. Cosas irresueltas, temas pendientes.  ¿Estaría haciendo balance? ¿estaría escribiendo la letra de un tango?
No podía contestarle, no sabía de qué me hablaba en su mensaje. ¿O no tenía ya demasiados problemas como para ocuparme también de los mensajes casi cifrados de Mary?
Busqué la llave de la casa en el hotel, era una mañana fresca y soleada y me encaminé hacia la casa de Mary. La casa estaba en venta desde hacía más de un año. En el jardín había muchos pájaros, sobre el césped, en los árboles, cantaban. Los gorjeos me recordaron algunos días de mi infancia. ¿Y quién dijo que sólo se puede imaginar lo que está ausente? ¿Proust?
 
(c) Araceli Otamendi - todos los derechos reservados

miércoles, 24 de septiembre de 2014

La carta de Gardel - novela - (fragmento)

 

Me parecía mentira ¿o tal vez, no? que todo hubiera pasado tan rápido. Ahora estaba en el aeropuerto de Ezeiza despidiendo a mi clienta. Ella vestía de negro y estaba muy elegante con su traje de marca y sombrero también negro. Es que iba a aparecer así, de luto, como correspondía, delante de la familia del marido cuando llegara a Heathrow.
En tres meses había ocurrido todo: ella se había casado por poder con ese hombre que poseía una fortuna considerable, como averigüé cuando tomé el caso. El hombre lo que quería era escapar de su familia - hijos, hijas, nueras, yernos,  nietos - y tener una nueva mujer y un nuevo hogar en la Argentina. El sueño se le cumplió pero el matrimonio no llegó a durar dos meses. Mi clienta me llamó desesperada una noche: él había muerto mientras dormía. ¿Y ahora? La familia de él se había opuesto a que se casaran y a que él viajara a vivir con su nueva mujer. Sin embargo, se habían casado contra viento y marea. A ella le esperaba un juicio, seguramente, me dijo. La habían tratado por carta como una embaucadora y cazafortunas. La despedí en el aeropuerto, ella tenía una lágrima en el maquillaje, se veía la máscara algo deteriorada. El cadáver de él había partido en un avión antes, después de una serie de trámites,  rumbo a Inglaterra. Me dije a mí misma que en el mundo ocurrían cosas muy extrañas como las de esta mujer. Era ambiciosa y se hubiera casado con un hombre de fortuna aunque él hubiera tenido 110 años.
No pude sonreir siquiera, como si estuviera contando una historia con humor negro. Al salir del aeropuerto, recibí un mensaje de Mary. Quería hablar conmigo. Tenía algo que decirme. Decidí no comentarle nada de este caso. Mary tal vez podría contárselo a alguien, aunque lo dudaba, no era una mujer chismosa y esa era una virtud.

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miércoles, 17 de septiembre de 2014

La carta de Gardel - novela - (fragmento)


 

Guardaba bajo cuatro llaves y ocho candados lo que pensaba en ese momento. Siempre que se lo proponía podía ser así: hermética. Lo había aprendido en su trabajo de secretaria, para eso le pagaban, para guardar secretos. Al menos eso pensaba muchas veces, ahora lo recordaba. Frente a Mariana, Mary no quería hablar de ella. Y si esa mujer, la señorita Ana había muerto ¿por qué tenían que seguir buscando la carta? Había veces que muchas personas se alteraban porque querían averiguar cosas de ella y ella no quería hablar. La curiosidad mata, lo sabía, la curiosidad es malsana cuando hace que se quiera indagar en cosas que a nadie le importan, nada más que a uno mismo.
 
-Le voy a decir algo, dijo Mariana.
-¿Qué cosa?
-Hay seguramente muchas historias ocultas en la vida de Gardel. Fue un artista de gran fama internacional, un gran artista y desde hace muchos años es un mito. Y esa carta puede contener una de esas historias.
-Puede ser…
-Si yo le cuento algo, acerca de un caso que estoy investigando, ¿usted me diría algo?
- Tal vez  - dijo Mary
-Desde hace unos días estoy con el caso de una mujer, argentina, quiere casarse con un hombre que dice tener una fortuna, es mucho mayor que ella, cerca de cuarenta años más, vive en Europa, divorciado con hijos de otros matrimonios. Le prometió el oro y el moro, quiere casarse por poder  y la mujer no sabe qué hacer.
-¿Y usted qué es lo que va a investigar?
-Si la historia que cuenta el hombre es cierta…
-¿Y la mujer qué es lo que pretende?
-En principio, a ella le interesa ese hombre. Ella nunca se casó …
-¿Cómo es ella?
-Ve cómo le interesan las historias…
-Claro
-Es una mujer ya grande, profesional, habla varios idiomas, está cansada de estar sola…
-Como muchas mujeres…
-Yo no tendría que estar contándole este caso, porque debo guardar el secreto de mi clienta.
-Sin embargo me lo está contando…
-A cambio de algo…
-Dicen que hay que leer Historia, cuanto más antigua mejor, para que la curiosidad acerca de las historias de nuestros semejantes no se transforme en algo malsano…
-Si usted quiere, entonces, hablemos de Historia…
-Muy bien - aceptó Mary, hablemos de Historia…
-¿Personaje?
-Cleopatra…
-Ah, Egipto...
 
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jueves, 17 de julio de 2014

La carta de Gardel - novela (fragmento)


Adela se mantiene al tanto de las noticias leyendo los diarios que llegan al hotel.  Quisiera escucharlo a Gardel en Buenos Aires, una ciudad que parece soñada por alguien, piensa, grande, llena de luces, acorde a sus sueños. Por ahora se quedará en ese hotel, en ese pueblo cerca  del campo. Mientras el sol se oculta, escuchará con nostalgia el canto de los pájaros. El destino, pensaba, si  no lo tengo, me lo voy a inventar. Después de todo ¿no es el destino el que me trajo hasta aquí? Me voy a Buenos Aires en cualquier momento. Pero la realidad no  lo permite todavía. La realidad, tan chata, como estas casas, como este pueblo, como mi vida, murmura. Hay que disimular muy bien los sueños, no vaya a ser que alguien escuche, los intuya, los anule. Adela tiene nostalgia de Buenos Aires, ciudad a la que visitó alguna vez. Le pareció imponente, desmesurada, le fascinó. Demasiado cansada de las mismas cosas de siempre, sueña con alguna casa que vio en una calle elegante de la ciudad, con un traje de seda, distinto a los vestidos que usa todos los días, con reuniones, con todo lo que no tiene y sólo existe en sus sueños y en su imaginación. Le molesta el ruido que hacen sus hermanos más chicos en la casa. Hermanos que ha debido cuidar desde niña, hacen alboroto, juegan.  Los ladridos de los perros en el jardín atentan contra el recuerdo mágico de la voz de Gardel. Está molesta y lo hace notar.
Adela no es conformista, como tampoco lo era Gardel. Revolucionario en su arte, el cantante acierta en intentar su carrera de artista internacional. Si hubiera podido hubiera ido a la universidad, para ser alguien, tal vez, para salir de las cuatro paredes de cada habitación, para no quedarse encerrada en una rutina, para saber, no sólo lo que dicen las noticias.
Adela todavía no sabe que está de nuevo embarazada, otra vez.  Sueña con la voz de un hombre, de un cantante con voz de tenor que parece un pájaro, un zorzal, llamado Carlos Gardel.
Ese parece ser un año de suerte. Con Razzano debutan durante los días del verano en el Club Pueyrredón de Mar del Plata. En julio, para el centenario de la Independencia, visitan Buenos Aires los escritores españoles Eduardo Marquina y José Ortega y Munilla, con su hijo José Ortega y Gasset. El dúo Gardel-Razzano actúa en el agasajo oficial.

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miércoles, 2 de julio de 2014

La carta de Gardel - novela (fragmento)



Tal vez me unía a todo esto el espanto, como dijo Borges. Porque el amor, seguramente no. En mi podía darse el amor a mi profesión, la de detective, el amor a lo que hacía, pero no más. No tenía tiempo ni ganas para ocuparme de otra cosa que no fuera la investigación de los casos que me llegaban. Lo de la carta de Gardel, el robo o el ocultamiento de la carta que alguna vez estuvo en poder de la señorita Ana, se había convertido en una obsesión y también, por añadidura, en la investigación de la principal sospechosa del caso: Mary. Una mujer sola, aparentemente sola, llena de conflictos, buscados o no, pero que me los traía, como un oleaje a la playa. ¿Qué tenía que ver yo con la vida de ella? y además ¿qué era lo que podía importarme? El colmo de la investigación era que seguía después de muerta la señorita Ana. Porque la señorita Ana había muerto dejándome un legado y también dinero para seguir trabajando en el caso. Dos mujeres tan pueblerinas como Mary y la señorita Ana habían hecho que yo también, volviera a andar por los pueblos de provincia, como alguna vez lo había hecho. Buscaba la carta, sí, pero a esta altura, ya no sabía dónde buscar.
Ahora Mary me escribía un correo electrónico contándome acerca de José, su ex marido. José que parecía haberse oscurecido en el olvido volvía a la luz y con ello, seguramente, algún problema más. Mary era una pueblerina que se creía sofisticada. Tal vez, alguna sofisticación tenía, la que le había otorgado la gran ciudad. Alguna vez se rió cuando le comenté acerca de las novelas de Raymond Chandler, cuando se me acababan los argumentos para decirle algo. A los personajes de novela negra de Chandler les gustaba la gran ciudad para ocultar sus vidas, para que las habladurías del pueblo no llegaran a los oídos de nadie. A los hombres de las novelas de Chandler no les gustaba tener una mujer esperándolos en el porche de la casa, con la comida preparada a las cinco de la tarde y el perro esperándolo en el umbral.  Más bien les gustaba tener una rubia platinada, con minifalda y una copa de champagne en la mano, esperándolos en algún bar, después del trabajo. Eran novelas, literatura, eso era cierto. Pero no cabe duda que las novelas negras eran entretenidas y debían sorprender a los lectores sacándolos de la rutina. Mary, en su trabajo de secretaria de hombres sofisticados, había conocido ese mundo. Tal vez por eso se había vuelto al pueblo. Cansada de los artificios, de las apariencias, del gran teatro donde cada persona tenía un mundo oculto detrás. Y ahora José, su ex  marido, después de tantos años había vuelto, con una caja llena de recuerdos, con una experiencia de vida que ella desconocía. Y también con un enigma que no sabía si tenía ganas de descifrar. ¿Porque qué ocultaba José? ¿en qué mujeres había pensado durante todos esos años de alejamiento? ¿qué expectativas tenía? ¿cómo se atrevía a preguntarle por su vida actual?
¿alguna vez había estado sola? ¿alguna vez la habían visto sola o acompañada por alguien que no estuviera a tono con ella? ¿alguien que no fuera buen mozo, atractivo  o  inteligente? ¿alguien que no llamara la atención de otras mujeres? ¿a José le importaba todo esto? ¿por qué? Una linda cajita de recuerdos y preguntas, me traía Mary. José tal vez supiera algo de Mary y de la carta, que yo no había alcanzado a averiguar. Y como tantas personas que tuve que interrogar, seguramente tendría que hablar con él.

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lunes, 23 de junio de 2014

La carta de Gardel -novela (fragmento)


No podía dormir y me levanté. Encendí la notebook, conecté el wi fi, la luz de la pantalla brillaba en la noche. Tenía el presentimiento, la sensación de que algún mensaje enviado por alguien me estaba esperando. Tardé apenas unos segundos en comprobar que mi intuición no me fallaba ¿había fallado alguna vez? Era un correo de Mary:
"José es el único hombre del que nunca desconfié. Tal vez por eso se fue tanto tiempo y volvió veinte años después. Pero él no mintió, no tenía por qué hacerlo. No me dijo mentiras, no me engañó. Y ahora se presenta con una caja, llena de recuerdos míos: fotografías, cartas, objetos personales, pequeñas chucherías, un aro sin par, un espejito, un peine, una estampita, una medalla. Me asombró que apareciera así, de improviso, que me trajera parte de mi pasado en esa caja. ¿Cómo obtuvo todas esas cosas sin que yo supiera nada? José me lo dijo de frente: la señorita Ana lo había llamado una vez, hace mucho tiempo, para entregarle todo eso. Como si yo me hubiera muerto ¿entiende? Ella fue capaz de entrar en mi casa, cuando yo me fui y de sacar cosas de ahí y guardarlas, como si fueran pruebas. ¿De qué? Lo llamó a José, no sé cuándo ni cómo lo encontró y le entregó todo eso y ahora José, mi ex marido me lo entrega a mi. Me quedé muda, mirando los objetos de la caja como capas de tiempo, capas de tiempo superpuestas, como si  un aro o una estampita, o una fotografía hubieran salido de algún tiempo lejano. El pasado es así, me dijo José. La vida es como el mar, cuando la ola se va, aparecen algunas cosas en la arena...
Lo escuchaba. Casi no le pregunté nada, pero sabía que José había vuelto por algo, y que él de alguna manera tenía alguna ventaja: él sabía mucho más de mí ahora que yo de él. En la caja había una fotografía, era de Gardel ¿cuánto tiempo hacía que esa foto estaba ahí?
- ¿Seguís bailando tango? - preguntó
- A veces - respondí
A José no le había gustado nunca bailar, era aventurero, soñador, no le gustaba atarse a nada, ni siquiera a la rutina del baile.
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lunes, 9 de junio de 2014

La carta de Gardel - novela (fragmento)



¿Sería posible ahora saber algo más de la vida de Mary? Ahora que la señorita Ana ya no era más mi clienta, porque la señorita Ana estaba muerta. Había tenido un accidente doméstico. Se había caído desde la escalera, acomodando algunas cosas. La señorita Ana siempre buscaba cosas viejas, vivía ordenando. Sin embargo, mi trabajo no se había terminado. La señorita Ana había dejado instrucciones por escrito y fue Pablo, su sobrino, quien me las entregó la otra mañana. Era una especie de legado, a cada uno de sus conocidos, le dejaba algo encomendado. La señorita Ana me encomendaba seguir buscando la carta de Gardel, aunque ella estuviera muerta. En caso de encontrarla, debería hacerla pública. Pablo, aseguraba no entender por qué su tía se empecinaba tanto con esa carta. Y también dejaba dinero. Un dinero que debería usarse exclusivamente para continuar la búsqueda. La señorita Ana legaba todos sus bienes a Pablo, y para algunos de sus conocidos, había escrito una carta. La mía estaba en un sobre cerrado. En el exterior del sobre, había escrito mi nombre. Después de recibir el llamado de Pablo, tuve que viajar nuevamente al pueblo y encontrarme con él. La carta de la señorita Ana era breve. La leí en su casa, delante del sobrino, quien me miraba atento:
"No deje de buscar la carta de Gardel, es algo importante, muy importante. Sé que puede parecerle extraño que se lo encomiende después que me haya muerto. Pero es un legado de mis ancestros. No puedo permitir que cualquier mujer se quede con ella. La carta de Gardel, cuando la encuentre, deberá hacerla pública. Dejo dinero específicamente para que continúe con su trabajo".
En realidad era un trabajo muy extraño: la búsqueda de algo que ya pertenecía al pasado, al pasado de una mujer que estaba muerta. Una carta que había pertenecido a alguien más, que tampoco vivía.
Pensaba en lo que podría decir Mary cuando se enterara. Pensaba durante el viaje que hacía mientras iba a encontrarme con ella. Mary, una vez más.

Estaba escribiendo en un bar cuando la encontré. Nos habíamos citado ahí. Parecía ensimismada en la escritura, cerca de una ventana. Me acerqué despacio y antes de llegar a la mesa, levantó la mirada del papel donde escribía y me miró.
- ¿Tenía que decirme algo?
- Sí, vine para eso...
- Yo también tengo que decirle algo...
- La señorita Ana, mi clienta, murió.
Mary me miraba, como si ya conociera la historia, tal vez sí lo sabía. Se quedó callada mientras le relaté lo que me había contado Pablo, el sobrino de la señorita Ana. Después frunció el ceño y me miró:
- Seguramente todos los papeles que guardaba la señorita Ana estarán en su poder...
- Todavía no, sé que ella guardaba muchas cosas.
- Sí, Ana era una acaparadora de cosas ajenas, de historias ajenas, se metía donde no le importaba. Pero a ella sí, todo parecía importarle. Debería haber leído Historia antigua, haberse interesado por la Historia y no por las historias de los demás...
- Ya es tarde ¿no le parece? para decir eso, para pensarlo...
Mary se quedó callada. Parecía haber construido un muro invisible, de silencio entre ella y yo. Mientras pedía un café al mozo, ella se puso a mirar por la ventana del bar. Era un bar viejo, reciclado, luminoso, revestido en madera y con cuadros de fotografías.  ¿Qué historias ocultas tendría Mary? ¿Y si ella tuviera de verdad la carta de Gardel?
El mozo trajo dos cafés. Como siempre, lo tomé sin azúcar. Mary le puso a su café medio sobre de edulcorante.  Entonces Mary volvió a hablar:
- Tenía que hablar con usted pero por otro motivo.
Miré a Mary, parecía preocupada, o tal vez quisiera demostrarme que estaba preocupada por algo más que una carta.
- Hablar conmigo ¿sobre qué cosa?
- José, mi ex marido, apareció después de muchos años.
- ¿Qué fue lo que pasó?
- Nos habíamos peleado. Un día José se fue de viaje y no volvió. Se fue durante más de veinte años. Y el otro día, apareció.
Ahora entendía por qué Mary tenía esa cara.
- ¿Le guarda rencor?
- No, rencor no. Es algo distinto, extrañeza, no sé.
- Entiendo...
- No, usted no puede entenderme...
En realidad desconocía esa historia, no sabía nada del ex marido de Mary, ni de su vida anterior, que ella me había contado. Pero ella parecía otra persona ahora, tenía una nueva actitud. Parecía querer callarse más que contar.
- ¿Y cuál es el problema, Mary?
- José es otra persona ahora, y yo soy otra ¿le parece poco?
No tenía respuesta, por ahora. No conocía a José, no tenía la menor idea de quién podía ser. Sólo sabía que podía ser  algo así como Wakefield, el personaje de Nataniel Hawthorne, ese hombre que se fue de la casa con el pretexto de un viaje  y no volvió sino  hasta muchos años después, pero mientras vivía en una casa cercana sin que nadie lo supiera.  Era inverosímil pero podía ocurrir ¿por qué no? El autodesterrado Wakefield y José tenían algo en común.

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miércoles, 21 de mayo de 2014

La carta de Gardel - novela - fragmento


Hay algo inquietante en saber muchas cosas acerca de otra persona ¿no es cierto? Por eso esta noche no podrás dormir hasta, tal vez, cerca de la madrugada. ¿Qué te lleva a investigar tanto acerca de una carta? ¿Acaso no tenías para entretenerte con otros casos? ¿Y esas tres mujeres que salieron de viaje y no regresaron nunca? ¿Por qué tendrías que ayudarle a una escritora a relacionarlo? Después de todo, ¿quién podría conocer la relación de todo eso? El mismo verano, sí. Las tres son mujeres, sí. Las tres murieron durante las vacaciones en distintas circunstancias. Y fue una sola persona la que les vendió los pasajes a las tres. ¿Coincidencia? Querés estirar el tiempo para entrar en el tema, lo vas rodeando como en un círculo y a la vez escapás. En realidad lo que te importa es ella: Mary, la única y principal sospechosa, hasta ahora, de haberse robado la carta de Gardel. Recopilaste demasiada información acerca de Mary. Una simple secretaria. El único mérito de Mary hasta ahora es, según ella, haber sido leal a sus jefes, Guillermo y Alejandro,  mientras duró su función y saber bailar el tango, apasionarse con esa música y ese baile. Te costó entender a esa mujer. No entendías qué le pasaba por la cabeza cada vez que te llamaba, cada vez que te enviaba un mensaje y una carta. ¿Y ahora sí? Mary bailaba el tango como Nijinsky bailaba ballet clásico. Pero Nijinsky un día salió del círculo mágico de la danza y nunca más volvió.
En cambio Mary ¿qué fue lo que la hizo escapar de los jefes, de los trabajos, del tango? ¿por qué se fue? José, el ex de Mary era el último pretexto para llamarte.
- Hay alguien... dijo. La voz inconfundible en el teléfono a las dos de la mañana.

- ¿Qué es lo que pasa, Mary?
- José, mi ex... marido, ha vuelto...

No entendías nada. Lo único que faltaba de conocer en la historia de Mary era José. ¿Y por qué una persona tendría que tener sólo un pasado reciente? Acaso como dice Borges, "el propósito de abolir el pasado ya ocurrió en el pasado y — paradójicamente— es una de las pruebas de que el pasado no se puede abolir. El pasado es indestructible; tarde o temprano vuelven todas las cosas, y una de las cosas que vuelven es el proyecto de abolir el pasado".

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jueves, 24 de abril de 2014

La carta de Gardel - novela (fragmento)



Ya en la oficina, en Buenos Aires recibí a la mañana una nueva llamada. Una nueva clienta, la había visto sólo una vez, se trataba de una escritora de novelas policiales. Quería darle más veracidad a los personajes que aparecían en la novela. Tenía un buen argumento para su novela y le dije lo que pensaba. Su planteo no me parecía demasiado extraño, me preguntaba si me parecía inverosímil o si podría haber ocurrido alguna vez.
- No lo sé - dije.
Tres mujeres que no se conocían entre sí habían salido de vacaciones ese verano para no regresar jamás. O mejor dicho, sí, regresarían, pero muertas.
La empleada de una agencia de viajes les había vendido los pasajes a las tres ¿una maldición?
- No lo sé - volví a  decir.
Una de las mujeres se había caído del barco donde viajaba, un crucero. Nadie había advertido su ausencia hasta después de unas horas. Para ese entonces, la mujer había aparecido ahogada en la costa. Otra de las mujeres había muerto en la piscina de un hotel. Nadie había advertido su ausencia hasta después de unas horas. La tercera mujer había muerto en una excursión de un paraje agreste, por los tiros de cazadores furtivos. Nadie había advertido su ausencia hasta después de unas horas.
Me pareció que la escritora quería encontrar rápidamente los nexos que entretejieran la historia. ¿Cómo podía saber yo algo así? ¿Cómo podía saber si la mujer que les vendió los pasajes a esas tres mujeres les había vendido en realidad pasajes hacia la muerte? La historia era extraña, si, tal vez hubiera ocurrido y tal vez todo fuera casualidad. ¿Por qué no? ¿Acaso las casualidades existen? Ese verano, señaló la escritora, ninguna de esas tres mujeres regresó con vida. ¿Qué podría aportarle yo para su novela? pregunté.
La empleada de la agencia de viajes está siendo presa del pánico, dijo la escritora. Piensa que hubo algo malo que rondaba por ahí, las tres salieron de viaje en la misma fecha, ella les vendió los pasajes.

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viernes, 11 de abril de 2014

La carta de Gardel - novela - fragmento



(Buenos Aires)

Apuntes para la novela La carta de Gardel

¿Luchar cuando un personaje no se quiere ir? ¿terminar su historia antes que se vaya? ¡Imposible! ¿Por qué? Porque el personaje apareció sin que nadie lo llame y se irá cuando quiera. Mary llegó hasta mí sin saber casi nada de ella, apareció para que yo escribiera su vida. Se metió en la historia y quiso acaparar toda la atención. Jamás quiso contarme sus secretos, tuve que adivinarlos. Se enojó porque imaginé muchas cosas que tal vez no ocurrieron nunca. Ahora que me voy en un viaje corto, siento el olor a tierra mojada que anticipa la tormenta y la imagen de dos máscaras de teatro, la tragedia y la comedia tatuadas en el cuello de una chica sentada en el asiento de adelante, no sé por qué me recuerdan a Mary. Es la Mary que recién empieza a contarme. La que recurre una y otra vez a mí con sus historias de oficina, sus broncas, sus desilusiones, y también, por qué no, sus ilusiones. Hay muchas cosas que todavía no sé acerca de Mary, no sé cuál es su relación con la señorita Ana, por qué se odian tanto. Por qué Mary puso tanta energía en personas como Guillermo y Alejandro que, aunque sabía desde el principio que la estaban usando seguía el juego desgastante de dedicarles toda la atención. Me molesta muchas veces escribir sobre Mary y sin embargo, el personaje aparece una y otra vez, siempre tiene algo que decir, algo que no se agota con contar una historia. La tragedia y la comedia en la nuca de la mujer que viaja en el asiento de adelante, me recuerdan a Mary, tal vez, porque su vida es algo de eso, la siento algo cómica, la veo a veces reírse de sí misma, mucho y también reírse un poco de todo. Mary siempre tiene ganas de bailar un tango y mirar la foto de Gardel.
Tal vez habrá cosas que no voy a saber nunca de la vida de Mary, tendré que imaginármelas. ¿Porque quién sabe completamente todo acerca de la vida de alguien?

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miércoles, 26 de marzo de 2014

La carta de Gardel - novela (fragmento)



En un cuadro de fondo rojo hay una figura, no se sabe bien qué es. Sombras. Parecería un niño que juega ante la madre en cuclillas. En la mano sostiene un algodón de azúcar ¿rosado? Por delante, unas varas de caña o bambú torcidas forman varios óvalos que se entrecruzan. Delante del cuadro hay una lámpara redonda iluminada hecha con fibras. La lámpara es un nido blanco que alberga la luz, da una luz cálida al lugar.  Afuera, las luces de la calle iluminan los vidrios de las ventanas y le otorgan un tono azul que se proyecta hacia el interior. Fue ahí donde la encontré de nuevo a Mary. De espaldas a la puerta, como si me estuviera esperando.
No había necesitado del mago propuesto por Isidro, ni siquiera, pensaba, necesitaba la magia. Había llegado a Mary a través de la tecnología. Ella me había enviado un mensaje desde algún teléfono y ya se sabe, en este mundo en que vivimos está todo codificado. El número de la llamada correspondía, según averigüé a Pueblo Alborada. ¿Qué había ido a hacer Mary ahí? Lo averiguaría pronto. Todavía me duraba la rabia de haber soportado la fiesta en el hotel de Isidro, con los chistes remanidos de Valentín, el mago. Con el pretexto de buscar algo que había olvidado, me levanté de la mesa, fuí hasta mi habitación y guardé mis cosas en el bolso. Pagué la cuenta del hotel y sin decirle nada a Isidro, me fuí. El lo entendería, lo llamaría en algún momento para decirle cómo se habían presentado las cosas.
Mary quería tener noticias, como cualquiera que se hubiera ido de su lugar de origen desde hacía mucho tiempo. Me pregunté una vez más si era ella, Mary, quién tenía la carta de Gardel. ¿Pero qué sabía verdaderamente de la vida de Mary? Únicamente lo que ella había querido contar.

- ¿Por qué vino hasta aquí? Mary
- Tenía que hacerlo, siempre pensé que en un nuevo lugar se puede empezar una nueva vida.
- Usted se escapa de alguien o de algo.
- Tal vez, respondió..
- ¿Hasta cuándo va a hacerlo?
- Me escapo, sí, pero ese alguien o ese algo, siempre me viene a buscar...

Mary era extraña, tal vez como yo o como cualquiera. No le gustaba hablar mucho de ella, como si guardara algún secreto  o varios. Si ella se hubiera robado la carta de Gardel tal vez podría haberla ocultado en alguna parte. Y como en la carta robada de Poe, estaría a simple vista o tal vez al alcance de cualquiera.
A veces no podía explicarme ni unir la actual vida que llevaba Mary con su vida anterior, ajetreada y pendiente del glamour. Fue entonces cuándo le pregunté:
- ¿No extraña la ciudad, Mary, el glamour, todo ese ritmo vertiginoso con que vivía?
- No - contestó.
- ¿Por qué no lo extraña?
- Porque mi vida era eso solamente, el glamour, el ritmo vertiginoso y por la noche, ir a bailar tango. Pero el glamour no era mío sino de otros.
- Entonces era un glamour prestado...
- Sí, un glamour que se esfumaba como el vapor del baño y una vez que se iba ese vapor  yo necesitaba llenar ese vacío con la música y el baile, con el tango.
Sentada frente a ella, mientras bebía el café, indagaba en los ojos de Mary, pero su mirada, toda su expresión era hermética, seguramente no quería confiarme nada más.
De tanto tratar con personas de todo tipo, podía leer en una simple mirada cuando se había terminado la comunicación, las ganas de contar, cuando alguien se replegaba sobre sí mismo y no quería hablar más.

(c) Araceli Otamendi - Todos los derechos reservados

sábado, 15 de marzo de 2014

La carta de Gardel - novela - fragmento



Decidí bajar más tarde, cuando los comensales ya hubieran empezado y el número de Valentín, el mago, también. Las fiestas de adultos se habían convertido en fiestas de niños grandes:  necesitaban un mago para entretenerse, con la conversación o la  música ya no alcanzaba. ¿Qué haría yo ahí? Isidro insistió en que estuviera presente en la fiesta, Valentín, dijo, me ayudaría a resolver el enigma de la carta de Gardel. Miraba el espejo del armario: elegiría ropa casual, nada de collares de perlas, vestido largo o saco de piel, no era mi estilo. Me sentiría disfrazada. En ese pueblo a la mayoría de las mujeres les gustaba cambiarse muy seguido de ropa y de accesorios, seguramente porque se veían las mismas caras en distintas reuniones. Ya estaba terminando de vestirme cuando sonó el timbre del teléfono, un sonido monótono. La voz del recepcionista dijo que Isidro y la mujer me esperaban abajo. Me peiné, ya estaba algo maquillada. Antes de salir busqué la carta que había escrito para Claudio, la cambiaría sin decirle nada a Isidro. Pensaba que Isidro tal vez nunca le entregaría la carta, o que tal vez Claudio, jamás la iba a leer. Era una cuestión mía, pensaba, algo personal y secreto y nadie tenía por qué enterarse. Cerré la puerta de la habitación y me dirigí directamente a la de Isidro. Con la tarjeta que había conseguido abrí la puerta y entré. Sabía que él podía guardar cualquier cosa que yo le pidiera que cuidara en su mesa de luz. El perfume de su nueva mujer me causó repugnancia, era demasiado fuerte, una esencia muy concentrada y dulce. En la mesa de luz de Isidro había un juego de llaves, algo de dinero, anteojos de sol y un sobre blanco cerrado. Ojalá sea mi carta, pensaba. Reconocí mi letra y reemplacé la carta por la nueva. El juego de destruir la imagen del otro, el juego de borrar toda huella, aunque fuera  buena y verdadera había empezado hacía ya tiempo. ¿Se enteraría Claudio alguna vez? Las alfombras mullidas del hotel amortiguaban mis pasos rápidos. Al bajar por la escalera escuchaba el murmullo de las personas reunidas en el comedor. Por el tono y volumen  de sus voces mezcladas  se notaba que ya estaban comiendo y bebiendo seguramente algunos vinos o algunas otras bebidas. Antes de ir al comedor me detuve algunos instantes para observar a un huésped recién llegado: era un hombre de pelo canoso, casi plateado prolijamente atado hacia atrás, tenía anteojos oscuros y la piel bronceada. Su imagen me recordó a la del diseñador Karl Lagerfeld. Me acerqué para mirarlo mejor. El hombre con guantes de cuero que hacían juego con la campera entregó las llaves de un auto al recepcionista.  Había llegado con dos valijas. Isidro se esforzaba últimamente por darle al hotel un perfil internacional y este personaje no parecía de una ciudad cercana. Tal vez el auto sería alquilado.

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imagen tomada en el Museo Casa de Carlos Gardel 

martes, 4 de marzo de 2014

José Antonio Wilde


(Buenos Aires)

Se recordará en marzo el Bicentenario del Doctor José Antonio Wilde (Buenos Aires 6-4-1814- Quilmes 14-1-1885). "... José Antonio Wilde era médico como su sobrino Eduardo, el autor de Aguas abajo. Se doctoró en 1858 y como profesional gozó siempre de un gran renombre tanto por su dedicación cuanto por su saber y don de humanidad que le hicieron bendecir con frecuencia en el rancho de los pobladores humildes. También en el campo de la educación dio pruebas de no comunes méritos, distinguiéndose entre los maestros de su época como profesor e inspector de escuelas; en 1881 se le nombró vocal del primer Consejo Nacional de Educación, del cual era presidente Domingo Faustino Sarmiento.
Cuando se graduó se instaló en el pueblo de Quilmes, donde fue miembro de la municipalidad. Allí fundó, en 1873, el primer periódico que se publicó en la zona: El Progreso de Quilmes.
En 1884 sucedió a don Manuel Ricardo Trelles en la dirección de la Biblioteca Nacional y, cuando mayor era su entusiasmo y tomaba acertadas providencias para emprender las tareas de reorganización general, murió en forma repentina. Había sido, durante una actuación de más de treinta años, el médico y el ciudadano benefactor de Quilmes, donde falleció el 14 de enero de 1885...."-. (1)
(1) José Antonio Wilde, Buenos Aires desde setenta años atrás (1810-1880), Editorial Universitaria de Buenos Aires (1960).

Para conmemorar el Bicentenario del nacimiento del doctor José Antonio Wilde, se realizarán varios actos:


BICENTENARIO DEL NACIMIENTO DEL
DR. JOSÉ ANTONIO WILDE
(Bs. As. 6/4/1814 – Quilmes 14/1/1885)
LA COMISIÓN HOMENAJE

INVITA A LA APERTURA DEL MES ANIVERSARIO


CONFERENCIA A CARGO DEL PROF. CHALO AGNELLI
Biógrafo del Dr. Wilde (con apoyo visual)
Conducción Cristina Oller

jueves 6 de marzo, 2014 - 19:30 a 20:30 hs

CASA DE LA CULTURA   Rivadavia y Sarmiento



BIBLIOTECA POPULAR PEDRO GOYENA

AGRUPACIÓN LOS QUILMEROS

BLOG “EL QUILMERO”: http://elquilmero.blogspot.com/



4224-8162 – 4253-2116 bibliotecapopularpedrogoyena@yahoo.com.ar

ENTRADA LIBRE Y GRATUITA
PRÓXIMOS ACTOS
* VIERNES 14 DE MARZO - 9:30 ACTO ANIVERSARIO –

ESC. Nº 10 “DR. JOSÉ ANTONIO WILDE” - HUMBERTO PRIMO 867. Dirigirán la palabra, la directora señora Laura Vega y el Prof. Agnelli, como biógrafo, en nombre de la Biblioteca Popular Pedro Goyena y la Agrupación Los Quilmeros y la Prof. María Mercedes Di Benedetto en nombre de los descendientes. Luego la artista plástica María Rizzo hará donación al establecimiento de un retrato del Dr. Wilde.

jueves, 27 de febrero de 2014

La carta de Gardel - novela - fragmento



Entrar en un lugar lleno de cosas en desuso, significantes sin significado, en definitiva cosas muertas, nada más había que  hacerlo. ¿Era necesario? Antes de decidirme recibí un correo electrónico de Mary. Decía que estaba bien, no quería volver al menos por un tiempo. Era la primera vez que había conocido a alguien que no la estaba usando, al menos eso creía - o tal vez fantaseaba - , sí, porque, se lamentaba, todas personas que había conocido en su vida la habían usado. Hizo una lista, que ahora no tiene sentido enumerar. No incluía todo el abecedario pero se acercaba.  Eso me parecía exagerado. ¿Y ese alguien, quién era? Según decía un hombre petiso, gordito y calvo muy simpático y que no tenía nada que ver con los mundos que ella conocía. ¿Arriesgado? No sabía qué pensar. ¿Y si fuera cierto? aunque hubiera algo de cierto... Como fantasía estaba bien, al menos no le recordaba ni a Guillermo ni a Alejandro, ni siquiera a Julio. Esto era algo reciente, estaba dispuesta a seguir adelante. No daba más detalles.
Le contesté en pocas palabras, le dije que me mantuviera al tanto de todo, que seguía buscando la carta de Gardel. Estaba en un pueblo y volvería en un día o dos más a Buenos Aires. Ahí podíamos hablar personalmente, si ella quería. Me contestó con otro correo. Me pidió que fuera a su casa, la casa de la que ella se había ido hacía mucho tiempo y a la que no quería volver. Me pidió que le buscara algunas cosas, algunos recuerdos y cuando nos viéramos, se los entregara.
No me gustaba la idea de ir a una casa deshabitada, era como visitar un cementerio en verano a la hora de la siesta. La sola idea de hacerlo me producía una sensación rara, de extrañeza y desasosiego a la vez. ¿Por qué me había metido en este caso? Empecé a caminar, a dar vueltas por el pueblo, a detenerme frente a casas que parecían dormir, con las ventanas y las puertas cerradas. Estaba casi segura que la carta de Gardel había sido un tema de discusión entre Mary y la señorita Ana. Y alguien tiene que ganar la partida. Pero Mary se había ido, lo había dejado todo ¿y por qué no, también, la carta de Gardel? Tenía que tener coraje para entrar ahí, a revolver papeles y fotografías, objetos cubiertos de polvo,  a encontrarme con huellas de seres que no estaban más. Me detuve debajo de un árbol y respiré profundamente. ¿Y si lo que decía Mary fuera cierto? Por primera vez en su vida había encontrado a alguien que no la estaba usando.

(c) Araceli Otamendi - Todos los derechos reservados 

lunes, 17 de febrero de 2014

La carta de Gardel - novela - fragmento



Ya en la habitación que dispuso Isidro para mi, distante, por suerte, de la destinada a su madre, Elena, encendí el televisor y me puse a ver el canal Infinito.
La decisión equivocada era el nombre del programa, tragedias protagonizadas por gente común, exploraba el por qué de las decisiones erróneas que llevaban a la desgracia. Un encadenamiento de cosas que aparentemente no tiene explicación. Vi un programa entero que me dejó pensando. ¿Y si venir aquí hubiera sido una decisión equivocada? ¿Por qué encontrarme con Isidro, después de tanto tiempo? ¿por qué confiar en él entregándole la carta destinada a Claudio? Como siempre, la famosa frase de Pascal se seguía cumpliendo: el corazón tiene razones que la razón no comprende.
Terminó el programa y me duché. Tenía ganas de salir a caminar por el pueblo. El agua salía de la ducha con presión y tibia, mientras seguía pensando en solucionar de una buena vez el tema de la carta de Gardel.
Salí de la ducha y sonó enseguida el teléfono. Era Isidro. Teníamos que hablar en forma urgente. Dije que bajaba enseguida y salíamos a tomar un café. Mientras me vestía vi una araña chiquita tejiendo en un rincón cerca de la ventana. Un rayo de sol atravesaba miles de partículas de polvo. La araña me repugnaba, decidí no matarla.
Fuimos a un bar a dos cuadras del hotel. Isidro me entregó ahí  una libreta, dijo que una mujer la había olvidado ahí en la habitación donde estaba yo.
- Creo que tiene que ver con el caso que investigás.
- ¿De quién puede ser?
- Leela.
Abrí la libreta y miré algunas páginas. Reconocí enseguida la letra de Mary. Era un diario. ¿Por qué huiría? ¿por qué no quería que le siguiera los pasos?
- Estoy harta de este caso, Isidro.
- No sos vos sola. Yo también conozco a varias personas que tienen que ver con esto.
- Ya que estamos quisiera hablar de otro tema - dije.
- ¿Qué pasa?
- Que a mi no me podés engañar, Isidro, te conozco muy bien.
- No quiero meterme en tu vida, no me corresponde, pero estás cometiendo los mismos errores de siempre.
- ¿Te referís a Nora?
- Sí. Es un calco de tu mujer anterior, y ésta de la anterior y siempre la misma historia.
- ¿Yo podría decir lo mismo de vos?
- Sabés que los detectives no deben involucrarse en asuntos amorosos, por lo menos eso dice Chandler.
- ¿Desde cuándo a vos te importan las recetas?
No le contesté. Me interesaba que me presentara al mago pero tenía que decirle lo que pensaba, sólo así podría continuar nuestra amistad. No podía creer que lo de Nora fuera a durar mucho tiempo, le conocí a tantas mujeres que era imposible pensar que Isidro podía haber cambiado.
¿Era importante?  Me puse a pensar en la serie que había visto por el canal infinito. No quise hablar de eso con Isidro, a la noche conocería a Valentín, el mago.

(c) Araceli Otamendi - Todos los derechos reservados

miércoles, 5 de febrero de 2014

La carta de Gardel- novela - (fragmento)



Las fuerzas se habían desatado, era evidente, como si algún conjuro las hubiera atraído. Cosas buenas y malas ocurrían sin cesar. LLegué al hotel, Isidro, el dueño, me esperaba en la puerta y me sorprendió. Estaba en jeans y en mangas de camisa, la camisa era a cuadros, rojos, blancos y negros.

- Te estaba esperando - dijo.
- ¿Tan temprano?
- Sí, antes de que entres tengo que contarte algo.
Dejé el bolso en el suelo y lo escuché. Algunos pájaros cantaban como si fuera plena mañana.
- Me divorcié y me casé con Nora - aclaró.
- Nora ¿la que tiene la chacra y el negocio de cosas de cuero?
- Sí, ella enviudó y bueno...
- Quería que lo supieras antes de verla en el hotel, que no te tomara de sorpresa.
- No, para nada, no te preocupes.

Era cierto, no me asombraba que Isidro  tuviera una nueva mujer cada tanto. Le gustaba cambiar de mujer como de empapelado y de alfombra en las habitaciones del hotel. Pero no iba a opinar, era su vida y no la mía.
Entramos a la recepción y enseguida me dio una llave, la número 14.
- ¿Catorce?
- Sí, es la que usa mamá cuando viene al hotel.
- Entonces dame otra habitación, no quiero ocupar el cuarto de Elena.

Isidro se rió. Era simpático y conquistaba a las mujeres con la conversación. Ya le conocía varios matrimonios fallidos y cuando iba al pueblo saludaba a las ex-mujeres de él como si fuéramos viejas amigas.
Todas habían estado ahí en ese hotel. Todas habían salido de ahí cuando Isidro cambiaba de mujer. Rechacé de plano alojarme en la habitación de doña Elena, aunque ella no estuviera ahí. Le pedí un cuarto más chico o más grande, si fuera posible que diera a la calle.
Isidro me conocía y yo lo conocía a él desde hacía muchos años. Eramos más que amigos, éramos confidentes. Le entregué la carta que escribí para Claudio en un sobre cerrado. Isidro me miró, no dijo nada y la guardó.

- Voy a subir, quiero salir después a caminar. Tengo un caso que no puedo resolver, se alarga, quisiera que terminara rápido y así poder dedicarme a otros que también están pendientes.

- Hay alguien aquí  en el hotel que tal vez te pueda ayudar.
- ¿Sí? ¿quién es?
- Se llama Valentín, es un mago.
- ¿Hace magia?
- Te lo presento hoy mismo.

viernes, 31 de enero de 2014

La carta de Gardel - novela - fragmento



En la ruta atravesamos campos anegados por la lluvia. Era de noche. Al promediar la mañana, acercándonos a un pueblo que ya conocía porque había realizado una investigación solicitada por el dueño de un hotel, me bajé. El hombre que se sentaba a mi lado, un hombre joven, relativamente buen mozo, de pelo oscuro y peinado hacia atrás, antes de bajar me entregó una tarjeta. La tarjeta decía: Profesor de tango, y una dirección y un teléfono en Buenos Aires. La tiré al bajar a buscar el bolso. Seguramente había visto los zapatos de tango que llevaba en una bolsa, uno de mis disfraces para mezclarme con la gente en algunos lugares. Me despedí del chofer  con un ademán, ya lo conocía de tanto viajar en esa línea. En realidad había sido un viaje largo, tal vez demasiado. En la terminal de ómnibus algunos perros dormían acurrucados debajo de un asiento de piedra. Iba a ir al hotel donde pensaba dejarle una carta a Claudio. Una carta que había estado escribiendo durante el viaje. Ahí se la entregarían. Era un lugar confiable, donde algunas veces yo dejaba mensajes para otras personas y también dejaban mensajes para mí. Unos años antes, el propietario del hotel me había contratado para investigar a algunos sospechosos de robos que se habían alojado en el hotel. Con la complicidad de un empleado, habían robado a algunos clientes.
Antes de llegar al hotel, me senté en uno de los pocos bares que permanecían abiertos durante la noche. El aire se podía cortar con un cuchillo. Una pareja conversaba lejos, tenían cara de haber estado bailando en algún lugar. Le pedí al mozo un cortado doble y una botella de agua. Enseguida escribí la carta.


"Claudio:

de todos los momentos lo único que es seguro es lo que recorrimos. Lo demás, es incierto. Ninguna Fortuna, ninguna suerte, tiene poder para cambiarlos.  No sé qué es lo que ocurrirá mañana, ni siquiera hoy. ¿Proteger una felicidad, cuando existe, con una segunda felicidad, como decía Séneca?
Espero que puedas dirigir tu mirada  hacia ese camino.
                                                                          Mariana"
                                     
Dejé el dinero del cortado y del agua sobre la mesa. Al salir a la calle senti el viento en la cara, era un viento fuerte, anunciaba agua. Me dirigí hacia el hotel. Las calles vacías del pueblo me recordaron que nadie se levantaba ahí a esa hora sino era algo muy importante y urgente. Caminé rápido las cuadras que aún faltaban. Me alojaría en el hotel  un par de días, antes de volver a Buenos Aires.

(c) Araceli Otamendi - todos los derechos reservados

martes, 21 de enero de 2014

La carta de Gardel - novela - fragmento



Volvía sobre la marcha, en el ómnibus había aire acondicionado y el olor a zorrino del campo, ese olor tan característico que se siente cuando se viaja por la Provincia de Buenos Aires, me ayudaba a pensar. Salir de la ciudad y del pueblo me hacía bien. Había quedado atrás el palabrerío de la señorita Ana, las acusaciones contra Mary y también ahora y más reciente contra la familia del sobrino nieto. Una familia que ya no existía más. Porque el padre del chico se había casado con otra mujer, había dicho la señorita Ana. ¿Qué le quedaba ahora? ¿seguir buscando la carta de Gardel? Las palabras de la señorita Ana eran un tóxico y la noche llena de estrellas y de luciérnagas que se veían a lo largo del camino me hacían entrar en una dimensión distinta: había oscuridad pero también algunas luces se divisaban a lo lejos. Claudio se había ido, no pudo, no quiso tal vez encontrarme. Y yo me había escapado, en ese momento no podía hablar. Lo complejo de la situación que vivía, el panorama, como el camino a veces, estaba lleno de bruma. Volvía sobre la marcha a Buenos Aires, la toxicidad de los relatos de la señorita Ana, el fisgoneo que la señorita Ana había llevado durante años de la vida de Mary ,había llegado a hurgar hasta en los residuos para saber si la vecina tomaba algún medicamento para mantenerse tan bien. ¿Porque cómo era posible que saliera a bailar tango todas las noches después del trabajo? Incluso había llegado a conseguir entre esos residuos, eso había dicho, cartas de Guillermo y de Alejandro, los dos jefes ¿o tal vez amantes? ¿o tal vez las dos cosas?, que había tenido Mary. Cuando le pedí a la señorita Ana que me mostrara esas cartas, se negó. En ese momento pensé que esa mujer era una acaparadora de cartas ajenas, sí, como la de Gardel. Si perdía una carta, perdía un pedazo de vida ajena. Era una ladrona de vidas, vivía a través de los demás, de sus historias, de sus cartas. ¿Podía juzgarla yo? La señorita Ana era mi cliente y me había pagado y aún me pagaba muy bien por mi trabajo. El misterio de la ausencia de Mary, nadie sabía nada de ella, no había números de teléfono, no me llamaba desde hacía muchos días, complicaba el caso. No tenía palabras para Claudio, aún no. ¿Qué podría decirle en este momento, en semejante selva donde estaba? Algo extraño se había desatado en mi vida, historias de otras personas como la señorita Ana, como Mary, como Guillermo y como Alejandro, se cruzaban como autopistas llenas de autos. La señorita Ana me contó cuando una vez encontró una carta de Alejandro entre los residuos que Mary había arrojado en la vereda, junto con hojas secas. Alejandro le pedía a Mary reiniciar una relación, a pesar de haberse casado. Mary no quería saber nada, al parecer. Mary había decidido no ser esclava de la imagen, no ser la acompañante bonita de nadie, no ser una pieza de exhibición en una galería al lado de ningún hombre que tuviera poder. Eso me había dicho a mi. La señorita Ana no sabía la segunda parte: lo que Mary me había contado. Por eso a Mary le gustaban las salidas al campo, andar en moto con Julio y bailar tango. Estaba cansada de todo eso, me había dicho. Habían sido demasiados años de haber sido usada como un objeto de adorno, como un pañuelo en el bolsillo o una corbata de seda. Como una muñeca, como alguien que se puede usar y también se puede descartar.