miércoles, 22 de abril de 2015

La carta de Gardel - novela - fragmento




- ¿Y ese paquete de cartas? - dije. Habría unas diez cartas atadas con una cinta roja, sobre un escritorio. El papel de los sobres era de color amarillento, me pregunté cuántos años haría que Dolores las tendría ahí.

- Son las cartas que ha valido la pena guardar, de vez en cuando las releo.

- ¿Se puede saber quién se las envió? - pregunté sin demostrar demasiado interés.

Dolores se sentó en una silla hamaca y se puso a mirar hacia la ventana. Los vidrios estaban abiertos y entraba en la casa un aroma a pasto recién cortado. Se veían algunos pájaros picoteando algo en el jardín.

- Preferiría hablar de otra cosa, ahora no tengo ganas de hablar de las cartas.

Asentí con la cabeza, en silencio. Recordé cuántas veces yo también había recibido cartas que parecían empezar con una sonrisa de quien las escribía y terminaban siendo como las "cartas del mal" de Spinoza. Cuántas veces había destruido cartas que no habían sido más que un remedo de la correspondencia entre Spinoza y Blyenvenbergh. Tampoco tenía ganas de hablar de eso. Estaba investigando el asunto de La carta de Gardel.

Cerca de las cartas, bajo unos papeles vi algo que brillaba, algo así como de metal, algo así como un arma.

(c) Araceli Otamendi - todos los derechos reservados
 

 

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