miércoles, 21 de enero de 2015

La carta de Gardel - novela (fragmento)



 


¿Y si fuera a ver a la adivina del pueblo? ¿esa mujer que tiraba las cartas?¿por qué no? todo el mundo iba y la consultaba, aunque después lo negaban. ¿Quién iba a reconocer que le preguntaba a una adivina, a una pobre mujer? Decidí ir a verla, tal vez ella supiera algo, y además le iba a preguntar por mí también. ¿Habría que pagarle algo?

- Lo que quiera dejarme - dijo después que me tiró las cartas.

Apenas entré en la casa me recibió otra mujer, bastante vieja, me hizo pasar a una sala. Me preguntó mi nombre, dije Mariana, a secas. Mi primer nombre, no el segundo, tampoco el tercero. Pocas personas sabían todos mis nombres ¿para qué decirlos? ¿a quién le importaba? La mujer me examinó de la cabeza a los pies, después me hizo sentar en una silla un poco desvencijada. El lugar estaba casi a oscuras, apenas iluminado con una lámpara. Había algunas mujeres esperando. Puse cara de pocker, no sabía cuánto podía estar estudiándome esa mujer con cara de cartulina, como si estuviera dibujada: lisa, tal vez demasiado, la piel casi color gris.

Pasó una hora ¿tal vez dos? cuando me atendió. Estaba en una piecita, llena de cajas de cartón y trapos, telas amontonadas ¿una pieza de costura? No vi ninguna máquina de coser. Me hizo cortar enseguida un mazo de cartas, muy ajadas, con la mano izquierda.

- ¿Qué te pasa? - me tuteó.

- Estoy buscando una carta...

- ¿Algún amor? - preguntó.

- Puede ser ¿algún amor?

- Soy yo la que tengo que preguntar y vos la que contestás - dijo mirándome fijamente con sus ojos redondos y oscuros.

- Está bien - dije. Pensaba si realmente esa mujer podía adivinar algo.

- A vos te inquieta algo ...

- Sí, busco una carta, no la encuentro...

- ¿Sabés por qué?

- No - contesté.

- Porque todavía no aprendiste nada...

- ¿Y qué es lo que tengo que aprender?

- Son pocas cosas, haceme caso - contestó

- Dígame, entonces...

- Mirá, las amigas o las que se dicen amigas tuyas, siempre te van a envidiar, entonces cuando veas a alguna cerca, aunque estés muy bien, caminá un poco renga, hacete siempre la que te duelen las piernas y encorvate un poco, así la envidia es menos ¿sabés?

- ¿Le parece?

- Claro, ¿cómo no me va a parecer? Lo hago siempre que veo a alguna conocida, porque amiga lo que es amiga, no es ninguna, eso lo aprendí ya de vieja, como me ves. Entonces bajo del colectivo rengueando, camino despacio y así ninguna se pone a envidiarme.

- Bueno, seguiré el consejo entonces...- dije como para no quedar mal.

- Y ahora te doy un consejo con los hombres, porque con las mujeres con lo que te dije antes, basta. Con los hombres, mejor uno que te proteja y no uno que tengas que proteger vos.

- No es mi intención proteger a nadie...

- Te ven fuerte, querida, te ven capaz de proteger y eso no te va a servir, buscáte a alguien que te pueda proteger a vos... haceme caso.

- Gracias - atiné a decir.

Nunca nadie antes me había dicho esas cosas, fui a la adivina del pueblo a buscar una pista, algo que me dijera dónde podía estar la carta de Gardel y me encontré con las palabras, los consejos de esta mujer. Le debería decir lo mismo a todas las que estaban ahí.

La noche ya se avecinaba, los pájaros cantaban, poco, refugiados ya en los árboles y algunas sombras de las hojas empezaban a dibujarse en las veredas. Me apuré a caminar, iba directo al hotel.

(c) Araceli Otamendi -todos los derechos reservados