miércoles, 26 de marzo de 2014

La carta de Gardel - novela (fragmento)



En un cuadro de fondo rojo hay una figura, no se sabe bien qué es. Sombras. Parecería un niño que juega ante la madre en cuclillas. En la mano sostiene un algodón de azúcar ¿rosado? Por delante, unas varas de caña o bambú torcidas forman varios óvalos que se entrecruzan. Delante del cuadro hay una lámpara redonda iluminada hecha con fibras. La lámpara es un nido blanco que alberga la luz, da una luz cálida al lugar.  Afuera, las luces de la calle iluminan los vidrios de las ventanas y le otorgan un tono azul que se proyecta hacia el interior. Fue ahí donde la encontré de nuevo a Mary. De espaldas a la puerta, como si me estuviera esperando.
No había necesitado del mago propuesto por Isidro, ni siquiera, pensaba, necesitaba la magia. Había llegado a Mary a través de la tecnología. Ella me había enviado un mensaje desde algún teléfono y ya se sabe, en este mundo en que vivimos está todo codificado. El número de la llamada correspondía, según averigüé a Pueblo Alborada. ¿Qué había ido a hacer Mary ahí? Lo averiguaría pronto. Todavía me duraba la rabia de haber soportado la fiesta en el hotel de Isidro, con los chistes remanidos de Valentín, el mago. Con el pretexto de buscar algo que había olvidado, me levanté de la mesa, fuí hasta mi habitación y guardé mis cosas en el bolso. Pagué la cuenta del hotel y sin decirle nada a Isidro, me fuí. El lo entendería, lo llamaría en algún momento para decirle cómo se habían presentado las cosas.
Mary quería tener noticias, como cualquiera que se hubiera ido de su lugar de origen desde hacía mucho tiempo. Me pregunté una vez más si era ella, Mary, quién tenía la carta de Gardel. ¿Pero qué sabía verdaderamente de la vida de Mary? Únicamente lo que ella había querido contar.

- ¿Por qué vino hasta aquí? Mary
- Tenía que hacerlo, siempre pensé que en un nuevo lugar se puede empezar una nueva vida.
- Usted se escapa de alguien o de algo.
- Tal vez, respondió..
- ¿Hasta cuándo va a hacerlo?
- Me escapo, sí, pero ese alguien o ese algo, siempre me viene a buscar...

Mary era extraña, tal vez como yo o como cualquiera. No le gustaba hablar mucho de ella, como si guardara algún secreto  o varios. Si ella se hubiera robado la carta de Gardel tal vez podría haberla ocultado en alguna parte. Y como en la carta robada de Poe, estaría a simple vista o tal vez al alcance de cualquiera.
A veces no podía explicarme ni unir la actual vida que llevaba Mary con su vida anterior, ajetreada y pendiente del glamour. Fue entonces cuándo le pregunté:
- ¿No extraña la ciudad, Mary, el glamour, todo ese ritmo vertiginoso con que vivía?
- No - contestó.
- ¿Por qué no lo extraña?
- Porque mi vida era eso solamente, el glamour, el ritmo vertiginoso y por la noche, ir a bailar tango. Pero el glamour no era mío sino de otros.
- Entonces era un glamour prestado...
- Sí, un glamour que se esfumaba como el vapor del baño y una vez que se iba ese vapor  yo necesitaba llenar ese vacío con la música y el baile, con el tango.
Sentada frente a ella, mientras bebía el café, indagaba en los ojos de Mary, pero su mirada, toda su expresión era hermética, seguramente no quería confiarme nada más.
De tanto tratar con personas de todo tipo, podía leer en una simple mirada cuando se había terminado la comunicación, las ganas de contar, cuando alguien se replegaba sobre sí mismo y no quería hablar más.

(c) Araceli Otamendi - Todos los derechos reservados

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