viernes, 31 de enero de 2014

La carta de Gardel - novela - fragmento



En la ruta atravesamos campos anegados por la lluvia. Era de noche. Al promediar la mañana, acercándonos a un pueblo que ya conocía porque había realizado una investigación solicitada por el dueño de un hotel, me bajé. El hombre que se sentaba a mi lado, un hombre joven, relativamente buen mozo, de pelo oscuro y peinado hacia atrás, antes de bajar me entregó una tarjeta. La tarjeta decía: Profesor de tango, y una dirección y un teléfono en Buenos Aires. La tiré al bajar a buscar el bolso. Seguramente había visto los zapatos de tango que llevaba en una bolsa, uno de mis disfraces para mezclarme con la gente en algunos lugares. Me despedí del chofer  con un ademán, ya lo conocía de tanto viajar en esa línea. En realidad había sido un viaje largo, tal vez demasiado. En la terminal de ómnibus algunos perros dormían acurrucados debajo de un asiento de piedra. Iba a ir al hotel donde pensaba dejarle una carta a Claudio. Una carta que había estado escribiendo durante el viaje. Ahí se la entregarían. Era un lugar confiable, donde algunas veces yo dejaba mensajes para otras personas y también dejaban mensajes para mí. Unos años antes, el propietario del hotel me había contratado para investigar a algunos sospechosos de robos que se habían alojado en el hotel. Con la complicidad de un empleado, habían robado a algunos clientes.
Antes de llegar al hotel, me senté en uno de los pocos bares que permanecían abiertos durante la noche. El aire se podía cortar con un cuchillo. Una pareja conversaba lejos, tenían cara de haber estado bailando en algún lugar. Le pedí al mozo un cortado doble y una botella de agua. Enseguida escribí la carta.


"Claudio:

de todos los momentos lo único que es seguro es lo que recorrimos. Lo demás, es incierto. Ninguna Fortuna, ninguna suerte, tiene poder para cambiarlos.  No sé qué es lo que ocurrirá mañana, ni siquiera hoy. ¿Proteger una felicidad, cuando existe, con una segunda felicidad, como decía Séneca?
Espero que puedas dirigir tu mirada  hacia ese camino.
                                                                          Mariana"
                                     
Dejé el dinero del cortado y del agua sobre la mesa. Al salir a la calle senti el viento en la cara, era un viento fuerte, anunciaba agua. Me dirigí hacia el hotel. Las calles vacías del pueblo me recordaron que nadie se levantaba ahí a esa hora sino era algo muy importante y urgente. Caminé rápido las cuadras que aún faltaban. Me alojaría en el hotel  un par de días, antes de volver a Buenos Aires.

(c) Araceli Otamendi - todos los derechos reservados

martes, 21 de enero de 2014

La carta de Gardel - novela - fragmento



Volvía sobre la marcha, en el ómnibus había aire acondicionado y el olor a zorrino del campo, ese olor tan característico que se siente cuando se viaja por la Provincia de Buenos Aires, me ayudaba a pensar. Salir de la ciudad y del pueblo me hacía bien. Había quedado atrás el palabrerío de la señorita Ana, las acusaciones contra Mary y también ahora y más reciente contra la familia del sobrino nieto. Una familia que ya no existía más. Porque el padre del chico se había casado con otra mujer, había dicho la señorita Ana. ¿Qué le quedaba ahora? ¿seguir buscando la carta de Gardel? Las palabras de la señorita Ana eran un tóxico y la noche llena de estrellas y de luciérnagas que se veían a lo largo del camino me hacían entrar en una dimensión distinta: había oscuridad pero también algunas luces se divisaban a lo lejos. Claudio se había ido, no pudo, no quiso tal vez encontrarme. Y yo me había escapado, en ese momento no podía hablar. Lo complejo de la situación que vivía, el panorama, como el camino a veces, estaba lleno de bruma. Volvía sobre la marcha a Buenos Aires, la toxicidad de los relatos de la señorita Ana, el fisgoneo que la señorita Ana había llevado durante años de la vida de Mary ,había llegado a hurgar hasta en los residuos para saber si la vecina tomaba algún medicamento para mantenerse tan bien. ¿Porque cómo era posible que saliera a bailar tango todas las noches después del trabajo? Incluso había llegado a conseguir entre esos residuos, eso había dicho, cartas de Guillermo y de Alejandro, los dos jefes ¿o tal vez amantes? ¿o tal vez las dos cosas?, que había tenido Mary. Cuando le pedí a la señorita Ana que me mostrara esas cartas, se negó. En ese momento pensé que esa mujer era una acaparadora de cartas ajenas, sí, como la de Gardel. Si perdía una carta, perdía un pedazo de vida ajena. Era una ladrona de vidas, vivía a través de los demás, de sus historias, de sus cartas. ¿Podía juzgarla yo? La señorita Ana era mi cliente y me había pagado y aún me pagaba muy bien por mi trabajo. El misterio de la ausencia de Mary, nadie sabía nada de ella, no había números de teléfono, no me llamaba desde hacía muchos días, complicaba el caso. No tenía palabras para Claudio, aún no. ¿Qué podría decirle en este momento, en semejante selva donde estaba? Algo extraño se había desatado en mi vida, historias de otras personas como la señorita Ana, como Mary, como Guillermo y como Alejandro, se cruzaban como autopistas llenas de autos. La señorita Ana me contó cuando una vez encontró una carta de Alejandro entre los residuos que Mary había arrojado en la vereda, junto con hojas secas. Alejandro le pedía a Mary reiniciar una relación, a pesar de haberse casado. Mary no quería saber nada, al parecer. Mary había decidido no ser esclava de la imagen, no ser la acompañante bonita de nadie, no ser una pieza de exhibición en una galería al lado de ningún hombre que tuviera poder. Eso me había dicho a mi. La señorita Ana no sabía la segunda parte: lo que Mary me había contado. Por eso a Mary le gustaban las salidas al campo, andar en moto con Julio y bailar tango. Estaba cansada de todo eso, me había dicho. Habían sido demasiados años de haber sido usada como un objeto de adorno, como un pañuelo en el bolsillo o una corbata de seda. Como una muñeca, como alguien que se puede usar y también se puede descartar.