sábado, 27 de julio de 2013

La carta de Gardel - novela - (fragmento)



Volví al hotel, iba a buscar mis cosas para volver a Buenos Aires. No podía seguir dando vueltas en el pueblo, no podía seguir más a Mary. Mis sospechas seguramente tenían asidero, ella podría  tener la carta de Gardel. En realidad ya estaba bastante aburrida del caso y debía volver. En  Buenos Aires me esperaban otros casos, tenía mucho trabajo. Sin embargo, la señorita Ana, la verdadera dueña de la carta, me había pagado bien. Ya había cobrado varios anticipos para  encontrar la carta. ¿Cómo fue posible involucrarme así con un caso? Ya conocía la vida de Mary  ¿pero hasta dónde era posible conocerla? También la vida de la señorita Ana. Y algo de de Adela, de los antepasados de la señorita Ana. Y también de los amigos, amantes, parientes de Mary y de la señorita Ana. ¿No era demasiado enredo saber acerca de la vida de esas personas? ¿todo eso me llevaría resolver el caso? Mary no quería estar más en el pueblo y tampoco volver a la gran ciudad. Había tomado un atajo, decía en la carta. Un atajo era algo nuevo, tenía un proyecto. Quería olvidarse ¿para siempre? de su vida nocturna bailando tangos. Quería poner un criadero de codornices, decía la carta. Irse lejos. Y en esa carta, que me había entregado el recepcionista del hotel, decía varias cosas más: "El hartazgo del baile llegó una noche, cuando bailé con alguien que prometía algo interesante. Sin  embargo estuvimos bailando durante más de dos horas, tomamos un café, me contó un montón de historias y después me empezó a dar una especie de sermón. Ahí, de verdad, me asusté, porque  el hombre había cambiado el rumbo de la conversación. Ya no era un compañero de baile, ya no era un hombre que tomaba un café, sino algo mucho peor. El hombre daba sermones y provocaba, era sí, algo bastante contradictorio, y me dieron ganas de escapar muy lejos de él. Le dije que volvía enseguida, busqué la puerta y me fuí caminando rápido. No miré hacia atrás, no podía hacerlo. Corrí hasta la esquina, después corrí más y más hasta llegar a un hotel. Pedí una habitación y esperé a que amaneciera. Pensándolo bien, había estado en peligro esa noche, bailando con ese loco, que se puso a decir esas cosas, como si fuera un juez, un pastor o vaya a saber qué. Tal vez un asesino, no sé. No quise averiguarlo tampoco. Nunca me había cruzado con un personaje semejante en ninguna milonga o lugar de tango. Al principio parecía simpático. Me juré esa noche que iba a evitar las milongas, que no quería conocer más personajes de ese tipo. Me juré esa noche que mi vida iba a cambiar,  aunque sea con un criadero de codornices, algo que me alejara del tango, de la noche, de dar vueltas. Algo que me alejara de la memoria que a veces me traía recuerdos que no quería recordar..."

(c) Araceli Otamendi - Archivos del Sur 

jueves, 11 de julio de 2013

La carta de Gardel - novela (fragmento)



Me puse a mirar por la ventana, una de las ventanas del bar. Había pasado la tarde escribiendo en un cuaderno, miraba los pájaros cómo volaban de vereda a vereda, las hojas de los árboles se arrastraban y se arremolinaban por el viento. En el lugar había dos personas, hombres solitarios con cara de gastados, miraban las imágenes de un televisor. Uno de los vidrios de las ventanas estaba levantado y me dio frío. En el cuaderno había anotado algo, unos dos meses atrás. No sabía por qué ni cómo ni quien me lo había inspirado. Era un sueño. Y eso me daba miedo, me daba miedo ahora, porque el sueño se había cumplido. El extraño del sueño había aparecido ahí, en ese lugar. Mamá siempre decía que yo sabía cosas que los demás no sabían. Y ella también. Ella y yo también teníamos premoniciones, casi siempre se cumplían. Además, yo sabía leer muchas cosas en el rostro de una persona. A veces, sin que hablara, sin que pronunciara una sola palabra. Guillermo, que me conocía esa habilidad, me pedía siempre que fuera con él  a las reuniones, y después le dijera qué era lo que me parecía. Y yo le daba mi opinión, y casi nunca me equivocaba. A Guillermo le gustaba fantasear mucho, decía que él también podía leer cosas en el rostro de  las personas. Y eso era cierto, en parte. Pero él se  precipitaba y me decía: vos me tenés que frenar. El extraño se sentó en una mesa  de una esquina del bar. Pensé en irme enseguida. Pensé, como en el sueño, que tenía que emprender un viaje, llegar a algún lugar. Llamé al mozo, pagué los cafés que había estado tomando, guardé el cuaderno en un bolso, salí a la calle y empecé a caminar. Las luces de los negocios habían empezado a encenderse. Estaba oscureciendo.

(c) Araceli Otamendi - todos los derechos reservados


domingo, 7 de julio de 2013

La carta de Gardel - novela (fragmento)



"Porque bailó un par de noches conmigo, tango y milonga, pensaba que era el dueño de todos mis secretos. Orson, seguramente lo creía. Tuve que defenderme. Buscaba un punto débil y lo encontró. Lo conocí en una milonga, en Buenos Aires, una noche en que ya no soportaba más la presión del trabajo. Alejandro había hecho volar los papeles de la oficina, la de él, la mía y la de todo el piso, cuando pasaba. Y Orson estaba ahí, en esa milonga, tan fresco como una lechuga, vestido con una camisa negra y un jean. Esperando no sé qué... bailé con él, sí. ¿Qué problema había? Era algo desesperante vivir con tanta presión durante el día y a la noche, yo buscaba  distraerme, bailar, cualquier cosa con tal de no pensar en la oficina, ni acordarme de nada, ni  de Alejandro, ni de Guillermo, absolutamente nada.  Orson sí sabía, sí conocía a las personas. Nunca me hablaba directamente de él ¿ocultaría algo? Cuando supo donde trabajaba, que era una mujer sola, separada, ahí empezó. Es triste reconocerlo, caí en sus redes. Orson quería saber de mi y yo no quería hablar, sólo bailar. Orson era un personaje oscuro, tal vez demasiado. Nunca confié en él. Me contaba muchas historias que nunca creí, jamás terminé de conocerlo. Después me di cuenta, era un problema de poder, de ambición. El me buscaba porque en realidad quería llegar a Alejandro y yo era el medio, no el fin. Cuando me di cuenta, lo  empecé a evitar. No quería ir a los lugares donde sabía que lo podía encontrar. Busqué otras milongas. Y muchas veces me puse a pensar qué era lo que realmente Orson quería de mi. Tal vez nunca lo sepa, nunca me entere. No quiero pensar en él ni un minuto más. El auto de Orson dio la vuelta varias veces por esta esquina. No me voy a inmutar si él llega a entrar aquí, al bar donde escribo. ..".

Era una carta extraña la de Mary. Parecía escrita con premura, como si el mensaje quisiera decir algo más. Pagué la  cuenta y me fui del hotel temprano. Tenía mucho que hacer en Buenos Aires. Me esperaban muchos casos: seguimientos, personas que quieren saber acerca de una pareja antes de tomar una decisión más seria. Esa era mi especialidad. Saber acerca de las personas. Quién salía con quién, quien engañaba a quien. Era mi trabajo, aunque ya estaba un poco cansada, porque las historias se iban repitiendo...

(c) Araceli Otamendi - Todos los derechos reservados

miércoles, 3 de julio de 2013

Apuntes sobre la novela La carta de Gardel



(Buenos Aires)

Empecé a escribir la novela La carta de Gardel después de hacer una larga investigación sobre el tango, en principio para escribir un ensayo. Compré muchos libros sobre el tango, sobre Gardel y también sobre otros compositores y cantantes. Fui a investigar a bibliotecas, entre ellas a la del Congreso de la Nación, hice entrevistas a compositores, cantantes como Eladia Blázquez, tangueros, músicos y otros entendidos sobre el tema. También visité bares dedicados al tango como el Café Homero en San Juan y Boedo, recorrí los bares de tango de Boedo, tomé fotografías, fui a escuelas de tango donde se enseña a bailar. Fuí a espectáculos nocturnos de tango. Y cuando empecé a escribir el ensayo desistí porque ya tenía una buena cantidad de ensayos leídos y no quería hacer otro más. Entonces empecé a escribir la novela. Y me di cuenta que Gardel era un tema recurrente en mi familia, tanto en mi casa, en mis padres, como en la familia de mi madre y también de mi padre. Escuché cantar a Gardel por primera vez en una victrola que descubrí en la casa de mi abuelo paterno,  en Quilmes, donde nací y viví durante toda mi infancia, antes de vivir en Buenos Aires, ciudad donde vivo ahora.  Puse un disco que había por ahí y así lo escuché, yo era muy chica. Y así decía Julio Cortázar que había que escuchar a Gardel, en una victrola.
En la casa de mi madre está lleno de fotografías de Gardel, también a mi abuela materna le gustaba mucho Gardel, porque decía siempre que era el mejor. Y ella siempre tendía a lo mejor, al mayor esfuerzo, y realmente fue una mujer que se superó todo el tiempo e hizo que sus hijos se superaran. Era hija de inmigrantes italianos y formó una familia, tuvo tres hijos y una adoptiva, mi tía, que era sobrina y a la cual crió, porque su hermana se la encomendó antes de morir. Mi abuela materna conoció a Carlos Gardel en el pueblo donde nació, Rojas, en la Provincia de Buenos Aires, cuando Gardel iba junto a Razzano a cantar por los pueblos. Esta anécdota, está reflejada en un cuento y también en la novela.
Con estas historias empecé a armar la novela. Después apareció el personaje de Mary, una secretaria que reparte su vida entre bailar tango y milonga de noche, después del trabajo y su trabajo. Obsesiva por el trabajo y dependiente de la opinión del jefe. Nunca en mi vida trabajé como secretaria. Sí trabajé en oficinas, y por eso conocía a muchas mujeres que trabajaban en ese puesto, y que también hacían sus comentarios. Tampoco nunca aprendí a bailar tango ni milonga. Sí conocí a muchos profesores y profesoras de tango y los entrevisté para la novela. Una mujer que trabajaba como secretaria y tenía este tipo de vida, sin responsabilidades familiares ni pareja fija, me inspiró el personaje de Mary. Por supuesto, he cambiado nombres, lugares, y también otros personajes para escribir la novela. Conocer a "Mary" me inspiró. Tuve por ella, por la real, mucho rechazo, ya que nunca se me hubiera ocurrido hacer ese tipo de vida. Luego, la fui entendiendo y por eso seguí con el personaje en algunos capítulos de La carta de Gardel.
Es que como decía Borges, todo lo que nos ocurre, todo lo que vivimos, tiene que ser material para lo que escribimos. Borges, un gran maestro, siempre me inspira.

lunes, 1 de julio de 2013

La carta de Gardel - novela (fragmento)



- Yo no sé nada, dijo Julio cuando le pregunté.

Me quedé mirando a Julio un rato, a los ojos. Así era como se podía conocer a las personas, mirándolos a los ojos, la mirada dejaba ver más que las palabras. Porque muchas veces las palabras, como dijo Pinter, son como la lluvia en las grandes ciudades, lo empañan todo.  La música sonaba estridente, y bailé algunas milongas. ¿Julio decía la verdad? ¿dónde estaba  Mary? Yo había llegado a la posada y había preguntado por ella. Se había ido a la mañana temprano, dijo una mujer. Pregunté si había alguna habitación libre. Está todo ocupado, contestó la mujer. Pregunté si podía tomar un café, quedarme un rato ahí, hacía frío y me había costado llegar. Afuera había algunos autos estacionados, nuevos, impecables. Se me ocurrió que uno de los autos podía ser de Alejandro. Mary lo había mencionado en la carta. Después vi salir a un hombre de una de  las habitaciones pero su cara y su cuerpo no coincidían con la descripción de Mary.

- Qué tal, buenos días - dijo el hombre.
- Buenos días - respondí.

Me pregunté si Mary había visto llegar a este personaje a la posada. Volví a preguntar por ella a la dueña del lugar. Me contestó que Mary se había ido de ahí muy temprano, la había llamado por teléfono, había dejado el dinero para pagar la estadía en la posada, las llaves y había partido. Entonces ¿dónde estaba Mary? ¿de qué escapaba? Esperaba que ella se comunicara conmigo nuevamente. En lugar de la búsqueda de la carta de Gardel, mi trabajo se había transformado en  buscar a Mary, de quien sospechaba yo y también  la señorita Ana, que ella tenía en su poder la carta.  ¿Por qué motivo se había ido Mary sin decir nada, sin avisar  a nadie? Me quedó dando vueltas en la cabeza la cara de este personaje, de quien me enteré que se llamaba Orson. O al menos le decían así. La dueña de la posada lo había nombrado. Nunca lo había visto por ahí, dijo ella. ¿Sería cierto? Lo observé durante un rato. Orson salió de la posada y se detuvo en un naranjo. Arrancó algunas naranjas del árbol y las guardó en los bolsillos. Después fue hasta uno de los autos  estacionados, abrió la puerta y dejó las naranjas en el asiento de atrás, puso en marcha el motor y salió a toda velocidad hacia la ruta. ¿Quien era Orson? ¿lo conocería Mary?

A unos kilómetros de ahí, Mary escribía en un cuaderno, en un  bar, antiguo, de esos con billar al fondo:

"Estaba harta, quería pasar un lindo día, terminarlo bien en la posada y pasé una noche
 horrible, llena de dudas, conversando con Alejandro o él conversaba conmigo, no sé.
Y para terminar llegó Orson.¿había venido de casualidad? Ni bien lo ví, me fuí a mi 
habitación, Alejandro se sorprendió porque apenas dije buenas noches, entré en el 
cuarto y cerré la puerta. Orson ¿qué quería de mi? siempre quería algo ¿no? Nunca se
puede estar de vuelta de todo pero de esto sí, de esto sí, de Orson, sí, seguramente.
Y Alejandro desconocía hasta qué punto Orson había influido en mi para pasarle las
llamadas al director general de la empresa, para que él hiciera sus negocios,  para no
decirle nada a él, Orson siempre venía hasta mi, de alguna manera, para conseguir algo.
Ya sé que es inútil, nunca se puede estar de vuelta de todo, pero era imprescindible
salir de ahí, tomar aire fresco, respirar...".


(c) Araceli Otamendi - Todos los derechos reservados