viernes, 27 de julio de 2012

La carta de Gardel - novela (fragmento)




Ahora Mary escribía en un cuaderno para desahogarse. Estaba en un bar, uno de los tantos cafés de Buenos Aires. Quería contarle a esas hojas de papel lo mal que estaba, dejar signada con tinta la bronca, el odio que sentía hacia esa mujer, esa piba y ese hombre, Alejandro, su jefe, su ex-jefe, nada, en fin, nada. Ya no significaba nada para ella esa oficina, más que un trabajo y un sueldo, y un horario para llenar sus días. Lo peor era la traición, la infame traición de Alejandro. Mary le había pedido el traslado cuando se enteró que la empresa abría una oficina nueva y él le había dicho que sí, que si a él lo trasladaban ella iba también como su secretaria. Pero Mary no imaginaba semejante traición. Ella se quedaba varada ahí, en esa oficina que le traía tantos malos recuerdos y él empezaba una vida nueva con la piba ésa, una trepadora, sólo dos años en la empresa y ahora se iba a convertir en la mujer del director. ¿No tenía suficiente experiencia para saber que esas cosas ocurrían? ¿que la injusticia existiría siempre? ¿había nacido ayer para estar pensando esas cosas? ¿no sabía tener paciencia para dejar que todo transcurriera, que no era problema de ella lo que los demás hicieran? Alejandro podía hacer con su vida lo que quisiera, era una relación de trabajo, nada más, pensaba. No tenía más ganas de mentir, de atender el teléfono y decir que Alejandro estaba en una reunión cuando en realidad no sabía dónde estaba.  Esa tarde  había tenido ganas de romper la agenda, de tirarla y dar un portazo e irse. Y sin embargo había pensado mejor no, mejor no lo hago ¿adónde iría? Alejandro era muy inteligente, tenía una rapidez mental y  una inteligencia que deslumbraba, pero también había sido infiel a Ileana, la había traicionado, ahora abandonaba su familia con cuatro hijos y se iba con esa chica, y se lo veía triunfante, ganador, exaltado. ¿Para eso lo había escuchado tantos días haciéndole sus confidencias? ¿Por qué tenía que enterarse de la vida íntima de Alejandro haciendo de hermana mayor? ¿de psicoanalista?  Estaba harta, sí, estaba harta. Primero había sido Guillermo, y lo mal que había terminado todo. Y ahora Alejandro, no le gustaba ese papel de hermana, de secretaria, de confesora. Sólo le quedaba por ahora el tango, seguir bailando, seguir moviéndose al compás de la milonga, dejarse llevar, aunque muchas veces ni siquiera le interesara el compañero de baile, con tal de olvidar. Olvidándose del trabajo, olvidándose de que era nada más que una simple secretaria. ¿Nada más? Pensaba en escribirle una carta a Alejandro, por lo menos diciéndole que había hecho mal, era un mentiroso, un traidor, se había traicionado a sí mismo, a la mujer, a ella. ¿Y ahora? Seguramente la nueva mujer de Alejandro, una empleada común, había recabado mucha información de todos los empleados de la empresa. Aunque ella se había mantenido alejada de Verónica, así se llamaba, Verónica había estado al acecho de todos y cada uno de los empleados y le habría contado las conversaciones a Alejandro. Sí, tenía ganas de irse de la empresa y no volver más. De empezar algo distinto, de olvidarse para siempre de él, de Guillermo, de muchas cosas más.

La luna llena, redonda y blanca se asomaba por entre los edificios, Mary salió del bar, nadie la acompañaba.
Era tarde ya para caminar, tenía ganas de estar sola, de volver a su casa, arrojar los zapatos por el aire y tirarse en la cama a dormir, a soñar, con otra cosa, con otro trabajo, lejos de ahí, de esa empresa, inventarse algo distinto.

(c) Araceli Otamendi - Todos los derechos reservados

lunes, 23 de julio de 2012

La carta de Gardel - novela - (fragmento)



Alejandro tenía algunas veleidades, algunos caprichos, que no tenía Guillermo. Así dijo ella, Mary, A Alejandro le gustaba que lo escucharan, le gustaba dar consejos a las mujeres, a las empleadas de la empresa. ¿Y a usted le dio alguna vez alguno? No, contestó,
porque yo nunca se los pedí. En cambio sí tuve que escucharlo muchas veces, pero se ve que todo fue inútil, muy inútil.
Estábamos en el bar de un shopping, ella me citó ahí para hablar. Era un lugar relativamente céntrico y muy transitado, cualquiera que nos estuviera viendo conversar pensaría en dos amigas que se encontraron a tomar un café por la tarde. Sin embargo, ella seguía siendo una
pieza en la investigación de la carta, una incógnita  y la seguía observando, mientras la escuchaba atentamente.
Algo me decía que estaba en lo cierto, que escucharla, investigarla era el camino indicado.

- Alejandro volvió de viaje y me trajo esto, dijo, mostrándome una cartera que debería costar lo mismo que ganaba Mary en todo el mes.
-¡Qué bueno! dije. Sin embargo, Mary parecía enojada.

En realidad sí estaba enojada. No entiendo, dije. Es que me trajo una cartera igual a la que yo me había comprado cuando él se fue de viaje. No lo entendía, nunca pude entender por qué una mujer que trabajaba como secretaria hacía esas cosas. ¿Y entonces? Nada, ahora tengo dos carteras iguales y guardo un secreto, uno de tantos. ¿Cuál?
Ella bebió un sorbo de café y continuó:

- Alejandro se va a divorciar y va a casarse con otra mujer.

- ¿Eso la afecta?

- Para nada. Alejandro no es mi tipo, va a hacer una locura, no me gustan las personas que con sus locuras destruyen familias, sólo trabajo con él, nada más. Tiene cuatro hijos.

Me quedé callada. ¿Por qué me estaba contando todo esto?

- ¿Sabe algo?

- No

- Lo presentía



- ¿Le preocupa la vida de Alejandro?



- En realidad, no, puede hacer lo que quiera.



- ¿Y qué es lo que presentía?



- Que Alejandro andaba en algo, en otra cosa, llegaba a la mañana cantando un tango, "Esta noche me emborracho..." a los gritos, casi. Venía muy bien vestido, demasiado alegre...

- ¿Y entonces?

Alejandro se casa con una empleada de la empresa, una chica de veintidos años y se va a una sucursal, en otro país.

- Ah, eso era lo que la tenía preocupada.

- Si, porque el puesto que tengo no va a ser el mismo. O me quedo en Buenos Aires como secretaria de otro director o me vuelvo al pueblo.

Esta mujer no tiene ancla en ningún lado, pensaba. ¿Y qué haría otra vez en el pueblo?
¿Y nunca pensó en la independencia, en no ser la secretaria de nadie? le pregunté. La pregunta quedó en el aire, era demasiado tarde, el bar del shopping estaba casi vacío. Pagué la cuenta y nos fuimos. Al salir, las luces de la calle se reflejaban en  las vidrieras de los negocios, las bolsas de residuos se apilaban como grandes hipopótamos.

(c) Araceli Otamendi - todos los derechos reservados


viernes, 6 de julio de 2012

La carta de Gardel - novela (fragmento)



¿Qué le podía decir? La escuchaba, me hablaba de Alejandro, del trabajo, de sus días en la oficina. En realidad podía entenderla, podía comprenderla porque mi vida también consistía en una gran dedicación al trabajo. Tal vez a alguien pueda parecerle entretenido que una mujer se dedique a investigar, para mi es un trabajo, como el de Mary. Pasaba sus días en la oficina, llegaba antes que el jefe, preparaba todo, revisaba el correo electrónico. Cuando él llegaba, tenía que comentarle las novedades, los llamados. Alejandro era más rápido mentalmente que Guillermo, pero la gran desventaja de su vida era estar casado con una mujer tan celosa. Me paso atendiéndola, dando pretextos cuando él se va de la oficina. A veces tengo que inventarlos porque yo tampoco sé dónde está. ¿Y adónde puede ir un hombre tan ocupado en horario de oficina? ¿Cómo saber lo que hace? El es un director no puede andar paseando por ahí, cualquiera podría verlo. ¿Y si tuviera un buen escondite? ¿De qué serviría saberlo? Decididamente no, dije. Aunque fuera la mujer de Alejandro quien me pidiera que lo investigara no podría tomar el trabajo. Sería una falta de ética de mi parte. Ya había seguido a Mary muy lejos, ya había aceptado viajar al pueblo cada quince días para a ver a mi clienta, la Señorita Ana y rendirle  cuentas de la investigación, ella se empecinaba en recuperar la carta. Ya sabía yo más de Gardel que muchos que decían saber de tango. Hasta había hablado con algunas personas que sabían distintas historias de Gardel, historias que no estaban escritas en ninguna parte. Como esta historia, la de esta carta.
A veces uno ni siquiera sabe por qué se encuentra a tal o cual persona y el caso de la carta de Gardel me había hecho encontrarme con Mary. Y ahora ella era una mujer sola en la gran ciudad, una mujer que dedicaba muchas horas de su día al trabajo, como yo. Me hablaba de Alejandro como si yo lo conociera. Podía dibujarlo en mi mente a través de su descripción. Podía verlo incluso a través de las palabras
de ella. Si tantos problemas le traía Alejandro, algo bueno seguramente también habría. ¿O no? Nos habíamos encontrado en un bar. Ella pidió un café cortado y yo una seven up. Mary estaba más delgada, parecía querer resolver el problema de su vida en una noche y la dejé hablar. No me costaba nada. Era un método que siempre daba resultado. El que hablaba terminaba aliviado y yo me enteraba de algunas cosas. A veces incomprensibles, a veces, totalmente inútiles.
Mientras revolvía el café me comentó que a veces no entendía a las personas que se casaban y tenían hijos y cuando tenían todo eso querían ser libres. ¿Y a usted no le pasa que cuando está en Buenos Aires quisiera vivir en el pueblo y cuando vive en el pueblo quiere estar en la gran ciudad? Sí, contestó. Entonces, lo que me comenta de Alejandro es lo mismo. Seguramente no puede estar solo, no aguanta la soledad, quiere a la familia y cuando está con la familia quiere estar solo. ¿Y a usted no le pasa algo así? me preguntó. Creo que no, dije. Porque yo ya tomé una decisión, tal vez varias, muchas veces en mi vida tomé decisiones, Y siempre opté por lo que me pareció mejor. A través de las decisiones es como se ejerce la libertad, dije. Y sé que todo no se puede hacer. Mary me miraba como si no me comprendiera. Pero no vinimos a hablar de mi. Éramos dos extrañas, frente a frente en ese bar, cerca de una ventana. Las sombras de las hojas de los árboles habían empezado a proyectarse en la vereda en esa noche oscura, nublada y de pronto Mary cerró los ojos y se quedó callada durante algunos momentos. ¿Le pasa algo?. Sí, me dijo. ¿Se puede saber? No, ahora no. Afuera lloviznaba y me pregunté si ella había visto algo por la ventana. Algo tal vez invisible para mi. Mejor
me voy, otro día seguimos. Ella pagó la cuenta y se fue enseguida. Yo me quedé unos minutos más. Haber hablado con Mary me dejó una sensación extraña. Como si hubiera quedado mucho por decir. Pero a esa hora, un viernes, yo ya no tenía ganas de escuchar confidencias. Iba a regresar a casa, tal vez pondría algún video y comería algo, un sandwich o alguna otra cosa. Tal vez nadie se imagina la cantidad de personas, mujeres y hombres que viven solos en Buenos Aires. Muchos viven con un perro o un gato, algunos con más de un animal. Otros sólo con la compañía de la televisión.Mary era una de estas personas que viven solas y necesitan hablar con alguien, aunque ese alguien sea una extraña, apenas alguien conocido. Personas que viven solas y llegan a su casa y no tienen con quien hablar. Los encuentro en la calle, en un bar, en cualquier parte. Personas solas en la gran ciudad. ¿Y si todo esto que me había contado Mary no fuera más que un pretexto para no hablar de la carta de Gardel perdida o robada? ¿Y si Mary no supiera tampoco nada acerca de la carta? Cuántas cosas más  de la vida cotidiana de Mary sabía, menos sabía acerca de ella y de la
carta. Con todo lo que sabía ahora de Alejandro, el jefe de Mary, hubiera podido escribir un libro.

(c) Araceli Otamendi