lunes, 5 de diciembre de 2011

La carta de Gardel - novela (fragmento)


Así como Cortázar dijo que el grandísimo cronopio Nijinsky había descubierto que en el aire hay columpios secretos y escaleras que llevan a la alegría, en un teatro parisino donde se presentaba Louis Amstrong, se me ocurrió pensar mirando al otro Julio bailar tango con sus alumnas, que él también había descubierto ahi en la pista algunos juegos que llevan a la alegría. Lo miraba bailar, no me cansaba de hacerlo, tenía la certeza de que jamás iba a aprender a bailar el tango por más que Julio me lo había propuesto en varias oportunidades.  Pertenecía a otra generación, me había acunado otra música que encendía mis sentidos y los amplificaba. ¿Por qué había aceptado este caso? ¿Por qué seguir buscando la enigmática carta? Sólo tenía testigos como la señorita Ana para saber que alguna vez Gardel había escrito la carta. Y estaba la fotografía de Adela, y algunos otros objetos, una cigarrera dorada, por ejemplo, de una de las hijas de esa mujer extraña. Una mujer extraña, sí, porque con su mandato, el de guardar la carta del Zorzal como una reliquia había llegado a  inquietarme. Julio me dijo que lo esperara. No iba a terminar muy tarde con las clases, tenía ganas de hablar, dijo, cosa que me pareció algo rara porque Julio era de hablar poco.
En Buenos Aires, el salón donde enseñaba a bailar tango Julio era grande. Esa noche había varios hombres y
mujeres y la profesora de baile, tango y milonga era una antigua alumna de Julio. Pedí un café y me entretuve mirando el espejo donde se iban reflejando las siluetas de las parejas que daban pasos al ritmo de un tango o de una milonga. Me divertí pensando que dentro de unos días, pocos, llegaba una de mis amigas, vivía en Europa y seguramente querría venir a ver y tal vez a aprender a bailar el tango. Y tal vez harta de vivir en otro país o de hablar en un idioma distinto, venía  a quedarse definitivamente aquí, en la Argentina.

(c) Araceli Otamendi - todos los derechos reservados

fotografía: Café de los Angelitos, vista lateral desde la calle (c) Araceli Otamendi

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