domingo, 18 de julio de 2010

Ricardo Güiraldes



Ricardo Güiraldes

Ricardo Güiraldes nació en Buenos Aires en 1886 y muere en Francia en 1927. Sus restos fueron trasladados ese mismo año a la Argentina donde fueron recibidos por el Presidente de la República, Marcelo T. de Alvear. Una comitiva de escritores y paisanos  del pago, acompaña por última vez a Ricado Güiraldes en el trayecto final hacia el cementerio de San Antonio de Areco. En las cercanías de la tumba de Güiraldes será enterrado, años después, Don Segundo Ramírez, el personaje que inspiró la figura central de Don Segundo Sombra. (3)
Su obra está compenetrada del espíritu de la Provincia de Buenos Aires(1)  y en especial de San Antonio de Areco. (2)
Fue novelista, cuentista y poeta. Su obra más notable es Don Segundo Sombra (1926), un clásico seguro de las letras argentinas. Al respecto, dice Ivonne Bordelois, biógrafa de Ricardo Güiraldes: “…Puede argüirse con razón, que en su movimiento mismo la obra de Güiraldes representa, en definitiva, una dirección pasatista, un afincamiento en el pasado antes que un arrojo hacia adelante. Lo que importa, con todo, es señalar que la nostalgia de Güiraldes no encubre resentimiento, sino grandeza de ánimo; no es reivindicación de valores prescriptos, sino propuesta de aquello que ha de salvarse de la usura de los días y sus mudanzas en el patrimonio de los hombres.

El estoicismo de Don Segundo Sombra no es un lujo desdeñable que sirva de coartada o salvoconducto a explotadores o explotados: es, ante todo, la respuesta cierta al desafío cierto de una naturaleza hecha de distancia  demoledora. Es una templanza nuestra y necesaria; es la sobriedad de nuestro coraje, la medida de nuestra fuerza, el encauzamiento de la violencia ancestral que nos acecha. Güiraldes no alcanza estas verdades sino a través de un duro debate consigo mismo, de un denodado nadar contra la corriente de sus propias y engañosas venturas…”. (3)

Sobre Don Segundo Sombra escribió Leopoldo Lugones en La Nación: “Paisaje y hombre ilumínanse en él a grandes pinceladas de esperanza y fuerza. Qué generosidad de tierra la que engendra esa vid, qué seguridad de triunfo en la gran marcha hacia la felicidad y la belleza. Y qué éxito tan justo el del artista que ha sabido evocarlo”. (3)

La novela Don Segundo Sombra termina con la frase: “Me fui, como quien se desangra”.

¡Qué frase única en la literatura argentina!

“En 1926, Ricardo Güiraldes había recorrido con sus viajes las grandes ciudades del mundo y en todas partes había encontrado un cuadro similar: el de la era industrial. Güiraldes con su obra proponía al lector recuperar su identidad perdida y logró que el folklorismo trascendiera sus límites locales. Creó un lenguaje universal y el gaucho y la pampa se sumaron al bagaje literario de todos los pueblos. Su obra culminó con Don Segundo Sombra (1926) cuya historia se basa en el Kim de R. Kipling, con metáforas procedentes del vanguardismo francés de principios de siglo. En esta obra el cosmopolismo literario y el arraigo al país se funden en una de las producciones más características de la moderna literatura latinoamericana..”. (1)


Ricardo Güiraldes pasó en Europa su primera infancia aprendiendo a hablar francés, alemán, y por último castellano. En 1890 Manuel Güiraldes, Dolores Goñi (sus padres) y sus tres hijos regresan a  la Argentina donde Ricardo Güiraldes pasará sus años en La Porteña, la estancia de Manuel Güiraldes – bautizada con el nombre de la primera locomotora argentina.
En 1897 llegó Rubén Darío como cónsul de Colombia en Buenos Aires. En 1893 Ivonne Bordelois destaca como año del apogeo del modernismo contra el cual reaccionarían, años después los grupos literarios animados por Güiraldes. Darío publicó en Buenos Aires Los raros y Prosas profanas (1896).

En 1915 se publica El cencerro de cristal y Cuentos de muerte y de sangre impresos en los talleres de José Tragant. Las audacias del cencerro escandalizan al público, que olvida el segundo libro de Güiraldes, donde ya se anuncia el estilo de Don Segundo.

“… Propósito de los cuentos: “Quisiera que mi prosa fuera extractada, breve, fuerte: lo que más me gusta en la mano es su capacidad de convertirse en puño”. Un “coherente y múltiple fracaso” saluda la aparición de ambos libros. Güiraldes, desalentado, los arroja a un pozo de La Porteña. Adelina consigue rescatar algunos ejemplares. …”.(3)

Ricardo Güiraldes introdujo el tango en París (4) junto con Alberto López Buchardo en 1912. (3).
- Le enseñó el tango a la Princesa Murat”. Pasa una temporada viajando por Italia, Grecia, Constantinopla, Egipto, la India, China, Japón, Rusia, Alemania. De vuelta en París se instala temporariamente en el taller de Alberto Lagos. Regresa después a Buenos Aires y lee a Jules Laforgue, que influirá en su libro El cencerro de cristal.
El 20 de octubre de 1913 se casa en la Iglesia Nuestra Señora del Socorro con Adelina del Carril.

En 1923 publicó su novela Xamaica, que había terminado en París en noviembre de 1919. En el mismo libro se anuncia Don Segundo Sombra y los Poemas solitarios.

Ese mismo año, Olivero Girondo promueve el “frente único”: todos los escritores y artistas unidos por un mismo deseo de renovación deben olvidar sus desavenencias particulares para luchar contra el enemigo común: el “pompierismo”. Preparación de Martín Fierro: en febrero de 1924 aparece Martín Fierro (segunda época) tribuna del “frente único”. donde Güiraldes colabora desde mayo. Allí Güiraldes conoce a Borges y se pone en contacto con los jóvenes escritores argentinos.

En 1925 Güiraldes colabora en Proa, Martín Fierro y en Valoraciones (La Plata).

Roberto Arlt fue su secretario. Citado en la biografía de Güiraldes de Ivonne Bordelois:
“En el rostro alargado, moreno, bajo la frente “retobada como en encontronazos de espacio” que evocaba Roberto Arlt, lo primero son los ojos”.  Lo que respiro de pampa fluye en tranquilo empaque de mis ojos, diría el mismo Güiraldes en su Libro bravo.

“La adversidad de Güiraldes- sea dicho esto sin afán de paradoja – parece haber consistido en el cúmulo de facilidades que lo asediaron desde su infancia. Hijo de casa antigua y acaudalada, nada le fue negado de aquello que concierne a la esperanza y a la envidia del común de los mortales. Las fotografías han sido fieles a su innegable hermosura varonil…”. (3).

(c) Araceli Otamendi - Archivos del Sur

Bibliografía:

      Ricardo Güiraldes, Don Segundo Sombra, Editorial Losada, S.A. Buenos Aires     (decimonovena edición), 1939

(1)    Pilía, Guillermo, Diccionario de Escritores bonaerenses (coloniales y siglo XIX). La Plata, Instituto Cultural de la Provincia de Buenos Aires, 2010

(2)   ciudad de la Provincia de Buenos Aires.

(3)   Ivonne Bordelois, Genio y figura de Ricardo Güiraldes, Editorial Eudeba, 1998

      (4) Entrevista inédita de Araceli Otamendi  a Ivonne Bordelois para una investigación sobre el tango (2004).

sábado, 10 de julio de 2010

El último lector *- Ricardo Piglia


(Buenos Aires)

El crítico estadounidense Harold Bloom dice que no hay ética de la lectura. "Hasta tanto haya purgado su ignorancia primordial, la mente no debería salir de casa; las excursiones prematuras al activismo tienen su encanto, pero consumen tiempo, y nunca habrá tiempo suficiente para leer..." sostiene.
Y también afirma: "No hay por qué temer que la libertad del desarrollo como lector sea egoísta porque, si uno llega a ser un verdadero lector, la respuesta a su labor lo ratificará como iluminación de los otros...". El crítico reflexiona acerca de las cartas de desconocidos que ha recibido durante años y que a menudo trasuntan un ansia de estudios literarios canónicos que las universidades desdeñan satisfacer y cita a Emerson quien dijo que la sociedad no puede prescindir de hombres y mujeres cultivados y agregó: "El hogar del escritor no es la universidad sino el pueblo". Emerson se refería a los escritores fuertes, a los hombres y mujeres representativos; a los representantes de sí mismos, y no a los parlamentarios, pues la política de Emerson es la del espíritu. .
Bloom toma de Emerson su cuarto principio de lectura: "Para leer bien hay que ser un inventor". Emerson decía que "Todos deben estar comprendidos en la confianza en sí mismo" y el crítico norteamericano afirma que la confianza en sí mismo no es una donación ni un atributo , sino el Segundo Nacimiento de la mente, y no sobreviene sin años de lectura. Con frecuencia leemos, aunque no siempre sabiéndolo, en busca de una mente más original que la nuestra, dice Bloom.
En el caso del libro "El último lector" del escritor argentino Ricardo Piglia, publicado recientemente por la editorial Anagrama, según palabras del autor, el libro no intenta ser exhaustivo ni reconstruye todas las escenas de lectura posibles, sigue más bien una serie privada, es un recorrido arbitrario por algunos modos de leer que están en su recuerdo, dice. Ricardo Piglia además de escritor es profesor, actualmente de literatura latinoamericana en Princeton Univesrsity donde ocupa la cátedra Walter S. Carpenter.
Hay escritores que no son muy lectores e incluso se jactan de no leer y escribir solamente. Éste no es el caso de Piglia quien además de gran lector es autor de libros de ficción como "La ciudad ausente", "Respiración artificial", "Plata Quemada", Nombre Falso, y los textos "Crítica y ficción", "Formas breves".
El libro consta de varios capítulos. En el primero, Piglia se pregunta ¿qué es un lector? Borges aparece entonces en una descripción de una conocida fotografía donde intenta descifrar las letras de un libro pegado a la cara. Ésta podría ser la primera imagen del último lector, dice Piglia, el que ha pasado la vida leyendo , el que ha quemado sus ojos en la luz de la lámpara. Quizá la mayor enseñanza de Borges sea la certeza de que la ficción no depende sólo de quién la construye sino también de quien la lee. La ficción dice, es también una posición del intérprete.
Para Borges la poesía es el encuentro del lector con el libro, el descubrimiento del libro. Cuando el gran escritor argentino era profesor de literatura inglesa en la Universidad de Buenos Aires, trataba de prescindir en lo posible de la historia de la literatura. "¿Por qué no estudian directamente los textos? Si estos textos les agradan, bien; y si no les agrada, déjenlos, ya que la idea de la lectura obligatoria es una idea absurda: tanto valdría hablar de felicidad obligatoria. Creo que la poesía es algo que se siente, y si ustedes no sienten la poesía, si no tienen sentimiento de belleza, si un relato no los lleva al deseo de saber qué ocurrió después, el autor no ha escrito para ustedes...". También Borges decía: "... he enseñado a mis estudiantes a que quieran la literatura, a que vean en la literatura una forma de felicidad...".
En otro tramo del libro Piglia presenta a Hamlet, quien entra a escena con un libro en la mano y se pregunta si el personaje de Shakespeare está leyendo o finge que lee. Lo que importa, dice Piglia es el acto mismo de leer, la función que tiene en la tragedia. Hamlet porque es un lector, es un héroe de la conciencia moderna.
Otro ejemplo que presenta el autor es Kakfa. En 1912, Kafka escribe casi trescientas cartas. Kafka convierte a Felice Bauer en una lectora en sentido puro. Felice es casi una desconocida, un personaje en muchos sentidos inventado por las mismas cartas.
Y hay una conclusión en esto: la correspondencia es la gran intriga de la relación sentimental entre Kafka y Felice, pero hay aquí una variante: se da a leer no sólo para seducir sino también para mantener a distancia.
Hay otros ejemplos de lectores: el detective privado del género policial, como en el caso de Dupin que es un gran lector y la figura misma del gran razonador. Y también en la novela, El largo adiós, quién su autor, Chandler, hará de Philip Marlowe un heredero desplazado de Auguste Dupin.
Un cuento de Cortázar, La continuidad de los parques, presenta también a un lector, quien lee ficción y esa ficción se entremezcla con lo real.
También Ernesto Guevara ha sido lector y Piglia lo presenta en varios momentos donde Guevara lee. Hay una foto extraordinaria, dice Piglia, en la que Guevara está en Bolivia, subido a un árbol, leyendo, en medio de la desolación y la experiencia terrible de la guerrilla perseguida. Se sube a un árbol para aislarse un poco y está ahí, leyendo. La lectura persiste como un resto del pasado en medio de la acción. Algunos en sus testimonios describen al Che como un lector infatigable que a diferencia de los demás, abría un libro cuando hacían un alto.
Piglia presenta también a Anna Karenina, el personaje de Tolstoi quien aparece en uno de los capítulos leyendo una novela inglesa en un tren. La Eterna de Macedonio y Madame Bobary de Flaubert y Molly bloom son mujeres que complejizan la figura del lector moderno.
La lectura en un tren es también citada por Walter Benjamin, para quien la lectura de viaje está tan ligada a viajar en tren como lo está a la permanencia en las estaciones.
No falta Roberto Arlt, quien en su novela "Los 7 locos" hace decir a uno de los personajes, Ergueta: "Rajá, turrito, rajá.¿Te pensás que porque leo la Biblia soy un otario?". Como relación inversa, Piglia presenta el cuento de Borges como metáfora de la recepción popular como creencia supersticiosa e ingenua, El evangelio según San Marcos, cuando durante una inundación en unos campos de la provincia de Buenos Aires, aislado por el agua, un inglés lee la Biblia a unos peones analfabetos de la estancia y ellos creen al pie de la letra en la historia que escuchan y terminan por crucificarlo.
El autor presenta además el caso de Robinson Crusoe y Viernes, a quien Robinson leía las Escrituras y le explicaba a Viernes lo mejor que sabía, cuál era el significado de esas lecturas.
Un lector , afirma Piglia, sería entonces el que encuentra el sentido en un libro y preserva un resto de la tradición en un espacio donde impera otra serie - el terror, la locura, el canibalismo - y otro modo de leer los signos - .
Al principio del libro, Piglia presenta a un personaje, un hombre que en el barrio de Flores esconde la réplica de la ciudad en la que trabaja desde hace años. El hombre, quien es fotógrafo ha construido una ciudad y cree que la ciudad real depende de su réplica, cada tanto reconstruye los barrios del sur que la crecida del río arrasa y hunde cada vez que llega el otoño.
El narrador relaciona a esta obra privada y clandestina con ciertas tradiciones de la literatura del Río de la Plata y da los ejemplos de Onetti y de Felisberto Hernández donde la tensión entre objeto real y objeto imaginario no existe, todo es real.
Yo relaciono esta metáfora de la ciudad en otras dimensiones réplica de la ciudad real, con el libro de Ítalo Calvino, "Las ciudades invisibles" donde cada ciudad, inventada tiene nombre de mujer. El que cuenta historias sobre ciudades imaginarias es Marco Polo y su público venerable, Kublai Kan. Cada historia es un cuento. Las ciudades de Marco Polo no han existido nunca. Kublai Kan, viejo y cansado del poder, encuentra en las visionarias ciudades de Marco Polo, una pauta que perdurará cuando su propio imperio sea polvo. Calvino invoca nostalgia por las ilusiones perdidas, amores que no llegaron a ser del todo, felicidad apenas probada.
Uno de los principios narrativos de Marco Polo es: la falsedad no está nunca en las palabras, está en las cosas.
El Kublai objeta entonces que las ciudades las describirá él y Marco Polo viajará para comprobar si existen. Marco niega la ciudad arquetípica del Kublai y cambio propone un modelo hecho de excepciones, exclusiones, incongruencias y contradicciones.
La verdadera historia es el debate presente entre el visionario Marco y el escéptico Kublai. Los viajes por las ciudades siguen y el Kublai le ordena a Marco que interrumpa los viajes y entable con él una interminable partida de ajedrez. El movimiento de las piezas será el relato de las ciudades invisibles.
En el diálogo final entre Kublai y Marco se asiste a un diálogo donde Kublai dice:
"- Todo es inútil si el último fondeadero no puede ser la ciudad infernal, y donde, allí en el fondo, en una espiral cada vez más cerrada, nos sorbe la corriente.
- El infierno de los vivos no es algo por venir; hay uno, el que ya existe aquí, el infierno que habitamos todos los días, que formamos estando juntos. Hay dos maneras de no sufrirlo. La primera es fácil para muchos: aceptar el infierno y volverse parte de él hasta el punto de dejar de verlo. La segunda es riesgosa y exige atención y aprendizaje continuos: buscar y saber quién y qué, en medio del infierno, no es infierno, y hacer que dure y dejarle espacio.".
Harold Bloom, quien comenta el libro de Calvino, encuentra en ese libro la justificación de cómo leer bien y por qué: ser vigilantes, percibir y reconocer las posiblidades del bien, ayudarlo a que dure, darle espacio en la propia vida.
El último lector, es en definitiva un viaje del autor por la literatura, una mirada aguda sobre algunas lecturas posibles y no agotadas de textos y personajes universales.

(c) Araceli Otamendi

Bibliografía:
Jorge Luis Borges, Siete noches, Fondo de Cultura Económica
Harold Bloom, Cómo leer y por qué, Grupo Editorial Norma
Italo Calvino, Las ciudades invisibles, El Mundo, Unidad Editorial



*reseña publicada originalmente en la revista Archivos del Sur

Almafuerte





(Buenos Aires)

Almafuerte, seudónimo de Pedro Bonifacio Palacios –  conocido por el seudónimo de Almafuerte – (San Justo, 1854- La Plata, 1917).

Su primer amor fue la pintura. Pidió una beca para viajar a Europa que le fue negada y entonces se dedicó a la escritura y a la enseñanza. (1)
Dentro de la tradición literaria de la Provincia de Buenos Aires, Almafuerte es uno de los más notables poetas. La vida de Almafuerte fue una lucha constante. Durante la Presidencia de Domingo F. Sarmiento ejerció la docencia pero fue destituido de su cargo. Según diferentes versiones, la destitución fue originada por no tener el título para ejercer la docencia, y otra versión cuenta que lo apartaron por el contenido de sus poemas en contra del gobierno. (1)
En 1887 se radicó en La Plata, actuando en el diario Buenos Aires. En 1890 pasó a la Capital Federal, de donde regresó a la ciudad platense para dirigir el diario El Pueblo. Su labor periodística, aunque circunstancial, fue intensa y batalladora, insuflando su entusiasmo a la juventud que participó en los acontecimientos revolucionarios del 90.

También fue bibliotecario y traductor de la Dirección General de Estadísticas de la provincia de Buenos Aires.
“…Palacios representaba para gran parte de los intelectuales de habla española un caso extraordinario de elocución poética (si no todavía un poeta revelador o un gran poeta), la literatura argentina se había desentendido definitivamente de la tradición literaria de la península y había ingresado, con el aporte de los gauchescos, los románticos y los modernistas, en una nueva etapa, imitativa aun, pero orientada hacia el mismo corazón del país…”.


“…La nacionalización de la literatura, parte del empeñoso programa  madre de la “Joven Generación Argentina” de 1838, iba a lograrse al fin sobre las bases de una sutil visión de lo ciudadano y lo campesino. Almafuerte, en más de una oportunidad, accedería a esa tradición y haría notar la necesidad de hacer literatura con elementos argentinos, pero estaba destinado a fundar, por su cuenta, una nueva tradición poética, emancipada por completo de la tradición gauchesca o ciudadana, como asimismo del modernismo afrancesado de Darío y del primer Lugones. Lo “nacional”, arbitrariamente supeditado al “color local” de la novela o del poema, iba a ser expresado por Almafuerte desde un ángulo muy distinto.

Como Fray Mocho, Roberto J. Payró, Miguel Cané, Lucio V. Mansilla, Rafael Obligado, Martel, Evaristo Carriego y otros, trabajó muchas veces con los materiales vivos, contemporáneos, circundantes de la realidad idiomática; pero no se desprendió de ellos, objetivándolos: se convirtió en una realidad. A Pedro Bonifacio Palacios, como profeta, sociólogo, moralista y poeta…”.




“…Los que van a Almafuerte con una curiosidad estética, se verán defraudados. Pero Almafuerte nunca tuvo una intención “artística” al escribir. Lo consideraba una desviación. Él opuso a esa poesía objetiva o falsamente subjetiva una intención moralizadora, un humanismo poético. En poesía, los límites y las formas han desaparecido. Por sobre su apariencia, ahora prevalece su esencia, la palabra mensajera, jubilosa o terrible, del alma.

Por no ser un artista del verso, Almafuerte es más que un poeta. El poeta artífice – herencia renacentista – está dominado por la tiranía de la forma; el poeta- profeta prescinde de todo lo que no sea la expresión directa y vibrante de su profecía. Nunca se hizo Almafuerte un problema riguroso en materia verbal, en ese trabajo que crea, a veces, una zona aislada entre el autor y el lector. Aunque sabemos que meditaba mucho sus poemas, su concepto del arte de hacer versos es claro:


       Para mí las palabras siempre son bellas,
      Y siempre de cualquiera se saca fruto,

      La más vil, la más vana de todas ellas

     Contiene la presencia de lo Absoluto…"



En las obras completas de Almafuerte hay poesías, relatos  y discursos. Y dentro de las poesías los famosos “Siete sonetos medicinales”, de los que se trascribe uno a continuación:



¡Vera violetta!


En pos de su nivel se lanza el río
Por el gran desnivel de los breñales;
El aire es vendaval, y hay vendavales
Por la ley del no-fin, del no-vacío; 

La más hermosa espiga del estío
No sueña con el pan en los trigales;
El más noble panal de los panales
No declaró jamás: Yo no soy mío. 

Y el sol, el padre sol, el raudo foco
Que fomenta la vida en la Natura,
Por fecundar los polos no se apura,
Ni se desvía un ápice tampoco... 

¡Todo lo alcanzarás, solemne loco,
Siempre que lo permita tu estatura! 


En el Museo que lleva su nombre, en La Plata se encuentran sus obras y manuscritos (1).

Bibliografía:

Almafuerte, Obras completas, Editorial Claridad, 2007

(1)Pilía, Guillermo. Diccionario de escritores bonaerenses (coloniales  y siglo XIX). La Plata, Instituto Cultural de la Provincia de Buenos Aires, 2010. 

Acerca del Diccionario de Escritores bonaerenses


                                                   Guillermo Pilía

Acerca del diccionario de Escritores bonaerenses

DICCIONARIO DE AUTORES BONAERENSES
Época hispánica y siglo XIX

Trabajo realizado por el Prof. Guillermo Pilía*con la colaboración de Aldana Aquino, Marcos Bordón, Gonzalo Bosisi, Luisina Fontecoba, Emiliano Luna y María José Martínez,  alumnos de la cátedra de Teoría Literaria del Instituto Superior del Profesorado “Juan N. Terrero” de La Plata

(Buenos Aires)

A partir de la decisión de publicar este blog dedicado a los escritores de la Provincia de Buenos Aires, se tendrá  en cuenta  el valioso Diccionario de Escritores bonaerenses  – Época hispánica y siglo XIX, editado por el Instituto Cultural de la Provincia de Buenos Aires, trabajo a cargo del Profesor Guillermo Pilía  * con la colaboración de: Aldana Aquino, Marcos Bordón, Gonzalo Bosisi, Luisina Fontecoba, Emiliano Luna y María José Martínez,  alumnos de la cátedra de Teoría Literaria del Instituto Superior del Profesorado “Juan N. Terrero” de La Plata.
Dado que la publicación de escritores en el blog no sigue una cronología en particular, se considerarán como principal fuente bibliográfica los datos que este diccionario brinda para la publicación de los escritores pertenecientes a dicha época.


 Este diccionario afirma en su introducción:


Son múltiples los problemas que plantea la escritura de un diccionario de autores bonaerenses. En principio, porque se trata de relevar toda la producción intelectual de un pueblo, manifestada a través de los libros, y no solamente la materia literaria. En segundo lugar, aún cuando nos hubiéramos circunscripto solamente a lo literario, nos encontraríamos con que no han perdido vigencia las consideraciones que hacía Ricardo Rojas en su Historia de la Literatura Argentina: “La historia de una literatura no puede exponerse por los mismos métodos que la historia de una sociedad. La estructura externa de un pueblo, renovándose a través del tiempo, crea una sucesión de acaecimientos que pueden ser narrados. Cuando se estudia la formación de una cultura, el tema se hace, en cambio, más propicio a la ‘descripción’ que a la ‘narración’. El documento escrito, que para el autor de historia política es una prueba del suceso real, constituye para el autor de historia literaria todo el suceso, el hecho en sí, espejo de las ideas, pasiones y emociones que agitaron el alma de sus propios autores y el alma de la sociedad donde vivieron. Por eso el estudio de la literatura nacional se halla más cerca de la estética que de la historia”.
            Por otra parte, muchos temas de debate de la historia de la cultura argentina, lejos de resolverse, parecerían crecer al tomar como objeto de estudio la de la provincia. Entre ellos, a qué realidad espiritual llamamos “cultura bonaerense”. Una de las dificultades que encontramos radica en el hecho de que, hoy en día, la ciudad y la provincia de Buenos Aires son dos realidades no sólo política sino también culturalmente diferenciadas. No ocurría lo mismo en el siglo XIX o en los anteriores, por lo que muchos de los escritores estudiados son lo que hoy llamaríamos “porteños”. La campaña bonaerense dio a luz en el siglo XIX a numerosos hombres de letras y científicos: consideremos los nombres de Florentino Ameghino y Fernán Félix de Amador (Luján), Leopoldo Díaz, Pascual Contursi, Carlos Ortiz y Leonardo Bazzano (Chivilcoy), Juan B. Selva, Lartigau Lespada y Faustino Brughetti (Dolores), Emilio Morales y Luis Villamayor (Lobos), Emilio Corbière (Ramos Mejía), Rafael Alberto Arrieta (Rauch), Mariano Villaflor (Ranchos), Emilio Berisso (Avellaneda), Enrique Maroni (Bragado), Roberto J. Payró (Mercedes), Alejandro Korn (San Vicente), Almafuerte (San Justo), Florencio Iriarte (Magdalena), Silvia Fernández (San Fernando), Arturo Giménez Pastor (San Nicolás), Francisco Javier Muñiz (San Isidro).  Pero sería imposible historiar la literatura científica o artística del siglo XIX solamente con las figuras nacidas en lo que hoy es territorio de la provincia.
En el sentido que comúnmente se le da a la expresión, la “vida cultural” del interior bonaerense no fue muy variada durante el siglo XIX. En San Nicolás existió un instituto literario bajo la advocación de Ricardo Gutiérrez, en el que se basó la creación en 1888 del Centro Científico Literario promovido por Juan B. Justo. En Chivilcoy, por consejo de Sarmiento, se constituyó en 1866 la Biblioteca Pública, encargada de promover la lectura y organizar actos literarios, como los que tuvieron por protagonista a Juana Manso. Sabemos también que hacia fines del siglo, algunos escritores como Almafuerte, que residía en La Plata, realizaban giras literarias por el interior bonaerense para recitar sus obras en los teatros. En la segunda mitad del siglo XIX, los periódicos fueron uno de los pocos canales de difusión cultural: La enseña liberal y El Pueblo (Azul), el Porvenir, El Argentino y La Nueva Provincia (Bahía Blanca), El Zarateño y La Opinión (Zárate), La Defensa y La Aspiración (Mercedes), El Pampero (Pergamino), El Quilmeño (Quilmes), La Reforma Comercial, El Eco del Litoral y El Centinela del Norte (San Nicolás), El Independiente (San Pedro), La Reforma, Los Libres del Sur y El Pueblo (Tres Arroyos), El Monitor de la Campaña (Capilla del Señor). Pero hasta la fundación de La Plata —que contó desde 1884 con El Día— y la creación de su Universidad, no hubo otro centro de importancia que aglutinara la actividad intelectual más que Buenos Aires. No es posible, pues, separar hasta fines del siglo XIX lo porteño de lo bonaerense, aunque desde tiempo atrás ya se vislumbraran algunos factores que contribuirían a la diferenciación.
Otra dificultad la representa el hecho de que la historia política y la historia cultural por lo general no coinciden. Por ejemplo, desde el punto de vista institucional, la mayoría de los historiadores coinciden con Ricardo Levene en que la provincia de Buenos Aires “nace” —como entidad autónoma, dentro de un régimen representativo federal— el 17 de febrero de 1820, al formarse la Junta de Representantes y al elegir ésta, como gobernador, a Manuel de Sarratea. No obstante, vista la cuestión desde otro punto, habría que considerar que una nación —y quien dice nación dice provincia— no existe para el mundo hasta que no muestra su propio espíritu en su literatura; o dicho de otra forma, la literatura, en el sentido más amplio del término, configuraría la biografía espiritual de un territorio. Presentada así la cuestión, tendríamos que aventurar que esta biografía espiritual comenzaría con varias décadas de antelación; y si hubiese que establecer un año, este sería el de 1776, en que se crea el Virreinato del Río de la Plata.

A partir de este hecho político, el centro cultural de lo que más tarde sería nuestra República se desplazó de Córdoba a Buenos Aires, convirtiéndose de esa forma la ciudad comercial en una ciudad también de la cultura. Más tarde, el virrey Vértiz consolidó este proceso: abrió la ciudad a los libros que reflejaban el pensamiento liberal del siglo XVIII europeo; trasladó a Buenos Aires la imprenta y creó el Colegio de San Carlos y la Casa de Comedias; Vértiz y sus sucesores fomentaron asimismo un ambiente propicio para la aparición de El Telégrafo Mercantil y más tarde de El Semanario de Agricultura, Industria y Comercio, en los que dieron a la luz sus obras la mayoría de los escritores de la época. Otros acontecimientos institucionales, además de la creación del Virreinato, favorecieron a la formación de una incipiente identidad cultural bonaerense: la creación de la Intendencia de Buenos Aires (1778), de la Real Audiencia (1783) y del Consulado (1794).
Sin perjuicio de la expuesto, y con miras a cerrar esta exposición de dificultades, debemos puntualizar que, en realidad, el embrión de lo que con los años sería la producción cultural bonaerense debemos buscarlo en el momento mismo de la llegada de los españoles a nuestro territorio. Con esto no pretendemos ahondar innecesariamente la antigüedad de nuestras ciencias y letras, como si esa mayor antigüedad trajera aparejado un mayor prestigio. Las obras del intelecto subsisten no por tener un pasado, sino por ser valiosas; y si bien se producen dentro de un marco histórico, es su valor estético o científico el que las hace trascender a lo cronológico.
Los primeros cronistas de la conquista de América, a la vez que documentaban los hechos de los que muchas veces eran protagonistas o testigos, estaban también
inaugurando la literatura de nuestro continente. Muchos de estos cronistas españoles llegaron a nuestras tierras con cierta formación literaria, lecturas que no excluían los famosos “libros de caballería” que habían “secado los sesos” al hidalgo manchego, y en estas nuevas latitudes se verificó la mezcla de realidades y fantasías, de lo que es producto de la observación con lo que es fruto de la imaginación. Esto se plasmó en una serie de leyendas que nunca fueron consideradas por los contemporáneos de los cronistas como ficción o literatura, sino como historia o verdad…”.


*Guillermo Pilía es Profesor en Letras egresado de la Facultad de Humanidades y Ciencias de la Educación de la Universidad Nacional de La Plata. Entre 1987 y 1991 fue director de Museos, Monumentos y Sitios Históricos de la entonces Subsecretaría de Cultura de la Provincia —hoy Instituto Cultural— y posteriormente pasó a formar parte del plantel profesional del Archivo Histórico “Dr. Ricardo Levene”. Entre sus trabajos sobre lingüística histórica e historia de la cultura bonaerense se encuentran Toponimia guaraní de la provincia de Buenos Aires (1996), La catedral de La Plata (2000), Historia de la literatura de La Plata (2001, en coautoría con María Elena Aramburú), Toponimia de la provincia de Buenos Aires (2003), Francisco López Merino, de puño y letra (2006) y la edición crítica de El triunfo argentino de Vicente López y Planes (2007). Se ha destacado también en el campo de la creación literaria con numerosos libros de poesía, narrativa y ensayo que le valieron importantes premios nacionales e internacionales y traducciones de sus trabajos al inglés y al catalán. En la actualidad es director de la Cátedra Libre de Literatura Platense y profesor adjunto de Producción de Textos en la Facultad de Bellas Artes de la Universidad Nacional de La Plata y profesor titular de Teoría Literaria y Lenguas Clásicas I del Instituto Superior del Profesorado “Juan N. Terrero” de La Plata.

bibliografía: 

Pilía, Guillermo. Diccionario de escritores bonaerenses (Coloniales y siglo XIX). La Plata, Instituto Cultural de la Provincia de Buenos Aires, 2010.

sábado, 3 de julio de 2010

José Hernández



José Hernández nació el 10 de noviembre de 1834, en la Chacra Pueyrredón, Provincia de Buenos Aires. Sus padres fueron Rafael Hernández e Isabel de Pueyrredón, prima hermana de Juan Martín de Pueyrredón.  A la edad de 4 años José Hernández ya leía y escribía. Cuando tenía 9 años, su familia se trasladó al sur de la provincia, al poblado de Camarones. Fue allí donde entró en contacto con el estilo de vida, las costumbres, la lengua y los códigos de honor de los gauchos. En marzo de 1857 se instala en la ciudad de Paraná (Provincia de Entre Ríos). En esta ciudad conoce a Carolina González del Solar, con quien se casa el 8 de junio de 1864 y luego tienen 7 hijos: seis mujeres y un varón. Con el correr de los años, Hernández se transformó en un autodidacta, y a través de sus numerosas lecturas adquirió claras ideas políticas. En el año 1853 combatió en Rincón de San Gregorio contra las fuerzas del coronel rosista Hilario Lagos. Combatió luego bajo las órdenes de Urquiza, intervino en las batallas de Pavón y de Cepeda (1859) y luchó junto al caudillo López Jordán en la última rebelión gaucha contra el gobierno de Sarmiento, movimiento que finalizó en 1871 con la derrota de los gauchos y el exilio de Hernández al Brasil. Dos años más tarde, al regresar a la Argentina, continúa su lucha por otros medios, como la fundación del diario Revista del Río de la Plata, la publicación de una serie de artículos en El Argentino y la edición del diario El Eco de Corrientes. Más tarde tendría la oportunidad de difundir sus ideas como legislador ya que se desempeñó como diputado (1879) y como senador de la Provincia de Buenos Aires (1881). Su inicio en la literatura fue con algunas composicioneás poéticas cultas, sin mayor fortuna. En 1863 escribió Rasgos biográficos del general Ángel Peñaloza (en donde narra la vida de este famoso caudillo riojano y que es llamado “Vida del Chacho a partir de la segunda edición, Instrucción del estanciero (tratado sobre las posibilidades económicas del campo argentino con consejos para el hombre de estancia, la descripción gaucha de Los treinta y tres orientales y varios escritos dispersos que fueron recopilados póstumamente en Prosas del autor del Martín Fierro (1834-1886). El 28 de noviembre de 1872 el diario La República anuncia El gaucho Martín Fierro y lo publica en forma de entregas. En diciembre aparece editado por la imprenta La Pampa, precedida por una importante carta del autor a su amigo y editor José Zoilo Miguens. En 1879 se publica la continuación de la obra, llamada La vuelta de Martín Fierro, en una edición ilustrada por Carlos Clérice. El 21 de octubre de 1886 José Hernández muere en su quinta de Belgrano (Buenos Aires).




bibliografía: José Hernández, Martín Fierro, Editorial Claridad